Encuentro con nuevas expresiones del vino de ayer y de hoy
Bodega Santa Cecilia, Madrid 29/09/11
Introducción
Me interesan las mujeres.
Sí señor, lo repito: me interesan las mujeres.
Esta afirmación no es (insisto: NO es) un manifiesto
pro-orgullo hetero, ni mucho menos, sino que se trata de una circunstancia
mucho más relacionada con mi carácter que con otra cosa.
En estos momentos de mi vida (y se admiten risas) lo que más
me interesa de las mujeres, en general, es lo que tienen bajo su cabellera,
justo encima de los ojos, algo más arriba de las cejas. No, no es la frente,
sino lo que hay justo detrás: su cerebro (se admiten risas de nuevo). En
particular, me interesa sobremanera lo que piensan, lo que tienen que decir acerca
de la vida, el universo y todo lo demás. Especialmente me interesa lo que
tienen que decir sobre el vino; primero, porque hay pocas que lo digan, segundo,
porque suele ser un punto de vista inesperado, tercero porque suele ser muy
acertado.
No es peloteo banal, es simplemente un hecho. A lo largo de
mis andanzas enológicas he conocido a muy pocas mujeres cuyas opiniones sobre
el vino me hayan impactado, si bien debo admitir que han sido todas las que he
conocido que hayan tenido a bien decirme algo sobre este asunto. No es un juego
de palabras, pero resumo: he conocido a pocas mujeres que me hayan dicho algo
sobre vino, todas las que lo han hecho me han dejado huella. Enólogas,
sumilleres, periodistas, escritoras, expertas, blogueras, aficionadas o
solamente bebedoras, cualquier opinión que venga de ellas me la anoto y me la guardo
como un tesoro, porque, sencillamente, son diferentes de lo que estamos
acostumbrados a oír o leer. “Rojo picota con ribete anaranjado, aromas a flores
blancas y hierbas verdes, matices especiados y balsámicos y un largo postgusto
a madera avainillada” frente a “personal, fresco y cálido a un tiempo, que te corteja
discreto durante toda la comida y aún más allá, en la sobremesa, mientras
conversas y disfrutas a su lado de un café y un dulce de chocolate, dejando en
tu memoria un recuerdo imborrable de satisfacción y compañía.”
A eso me refiero con no estar acostumbrados. Para mi
fortuna, o mi desgracia, estas opiniones son las que yo deseo encontrarme cuando
leo sobre, u oigo hablar de, un vino. Por eso me interesan las mujeres (risas
otra vez admitidas), y por eso, aunque no voy mucho a eventos relacionados con
el vino, no suelo perderme ninguno en el que vaya a hablar una mujer.
Hace unos días pude asistir, y asistí, a una presentación
por parte de María Isabel Mijares (enóloga, periodista, catadora y mujer de
buen vivir) de seis vinos en cuya factura ella ha participado de alguna manera.
El acto tuvo lugar en la bodega Santa Cecilia, lugar al que
rara es la semana que no me deje caer por allí para darme una vuelta entre los
estantes y botellas y disfrutar del silencio que siempre impera allí, tomar una
copa de vino en la zona de autocata o dedicar algo más de tiempo a las catas
temáticas. Incluso, a veces, hasta para comprar una botella, o más, de vino,
una delicatessen o ambas cosas para cenar. La ventaja de vivir a cinco minutos a
pie de allí.
El evento
Llego temprano, cinco minutos antes de la hora, recojo copa
e identificación y me sitúo en la mesa asignada, la barra de las catas
temáticas. Poco a poco, tarde, va arribando la mayor parte de los asistentes; entre
otros, un pequeño grupo que sin contemplaciones se hace sitio en el sitio que
ya estoy ocupando yo, plantándose al lado, delante y si me dejo, encima. Por
suerte soy más alto que el más alto de ellos y a pesar de mostrarme su
coronilla todo el rato, veo lo que tengo que ver, que es en realidad nada,
porque allí he ido para escuchar a la ponente, mientras cataba los vinos
explicados.
Con alrededor de media hora de retraso, comienza la
presentación. Primero, las palabras de Mayte Santa Cecilia, propietaria, con
una cálida y emotiva mención a su padre, D. Pedro, quien finalmente no llegó a
asistir al acto. De inmediato la Sra. Mijares toma posesión del micrófono y
comienza su disertación.
Desde el principio, me gusta mucho su actitud. Es la actitud
de quien todo lo sabe de una especialidad y deja traslucir voluntariamente solamente
una pequeña parte de ello, dejando claro que hay mucho más. También me gustan y
me hacen sonreír cosas que, inevitablemente, se escapan por su cuenta del
control de la sabiduría, como evitar hablar con términos técnicos como “tusilago”
o “bardana”, que no conoce nadie y a (casi) nadie aporta la menor información,
dos vocablos que me apunto y que ya pasan a formar parte de las palabras que me
gustan.
Pasemos ya a los vinos cotidianos.
Los vinos
Castillo de San Diego
2010 (Antonio Barbadillo)
Se sirve el Barbadillo y lo primero que nos dice que es que
hay que oír el vino. En mi vida ha habido quien se ha reído de mí a cuenta de
esto que llevo diciéndo mucho tiempo. Y no es que el hecho de decirlo ella me dé
ahora la razón, sino que es algo tan evidente para quien bebe un vino como
mirarlo, olerlo y saborearlo. Porque… ¿es que no hay diferencias auditivas
entre servir un cava, un vino blanco, un tinto joven o un dulce? Ya desde el
“pop” del corcho nos está diciendo quién es: el burbujeo de los cavas o los
vinos de aguja, el ligero golpear en el cristal de un blanco, el carnoso fluir
de un vino tinto o el pastoso discurrir de un dulce.
¿Y qué puedo decir yo de nuevo sobre el Barbadillo? Nada,
salvo que es el vino que he bebido en la situación más absurda de toda mi vida,
y que precisamente por eso, y sólo por eso, lo recordaré siempre. Y quién desee
saber más al respecto, que me pregunte.
Manzanilla Solear
(Antonio Barbadillo)
Segunda Palomino fina de Antonio Barbadillo. Si el anterior,
el conocido, era pálido y parco en palabras a la hora de respirarlo, éste
resulta precioso y aromático.
Calar del Río Mundo
2009 (Bodegas Calar)
“¡Qué bueno!”, exclamo al catar este Valdepeñas
“desubicado”. La señorita que nos está sirviendo el vino, y que tengo al lado,
me oye y decide catarlo, pero, profesional ella, no me dice nada después de
hacerlo. La Sra. Mijares opina que aún está un poco verde (es la añada 2009), y
yo creo que seguramente mejorará en botella, pero desde luego, ahora, este vino
potente y raro para ser un Valdepeñas ya está perfectamente listo para ser
disfrutado. El que más me ha gustado.
Ábrego 2007 (Bodegas
Calar)
De la misma bodega que el anterior, con menos cuerpo, más
delicado y suave, y a mitad de precio que su hermano mayor. Para mi gusto, el
ganador en cuanto a vino cotidiano y todoterreno.
Durón 2006 (Bodegas
Durón)
Me hacen gracia las metáforas que usa la oradora para
describir la nariz de este Ribera del Duero de la Cofradía de Solar de
Samaniego: Olor “a puro” y “a piedras de silex que se frotan.” A mí me parece
dulzón, algo corto, suave y con recuerdos a regaliz, y un poco demasiado
astringente al final.
Valcabada R 2006
(Bodegas Solar de Samaniego)
Me gustan sus lágrimas y su sorprendente suavidad. Muy
equilibrado. Clásico. Rioja.
Cóctel
Epílogo
Volviendo a lo realmente importante, los vinos de hoy, cada
vez más convencido suscribo que no hay vinos grandes ni vinos pequeños, sino
que, como con las personas, en cada uno de ellos encontramos cosas diferentes
que nos provocan sensaciones y emociones diferentes. De eso se trata, de
cruzarnos con ellos, de compartir lo que son, en la ocasión adecuada, de
permitirles, ejerciendo el maravilloso y escaso don de la oportunidad, que nos
den lo mejor de ellos mismos en el mejor momento posible.
Para terminar, aquí dejo otra de las palabras que he
aprendido en esta jornada y que me gusta, una que jamás había oído y que, estoy
seguro, ya no olvidaré nunca: “Caudalía”, el tiempo de permanencia en boca de
un sabor o sensación.
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