viernes, 22 de febrero de 2019

AMBIENTES


Exposición de la obra artística de Francis Arroyo Ceballos, Ateneo de Madrid




TODO COMENZÓ AQUELLA NOCHE DE INVIERNO...
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Era invierno en Madrid, enero, muy frío, cuando recibí un mensaje del pintor José Carlos Ortiz:
Inauguro exposición Colectivo 0 mañana en Madrid. Toma nota de coordenadas: Eka Art. Te espero.”
Conciso como siempre, tan parco en palabras cuando no eran necesarias como rumboso con ellas cuando se requería detalle. Parco, y directo. Como hacía siempre que algo le importaba, no pedía, exigía su derecho con todo el derecho que le otorgaba la amistad, porque a un amigo nunca se le ruega.
Colectivo 0 era el nombre que se habían dado un grupo de amigos, artistas variopintos, que de tanto en tanto hacían cosas juntos. Pintores, escultores, actores, fotógrafos, poetas… En esta ocasión, se trataba de una exposición de pintura, escultura y otras artes plásticas, reunidas en la galería de otro de sus amigos, Vicente Herrero Heca.
Al día siguiente allí me presenté. Se trataba de una sala pequeñita, acogedora y, ante todo, muy luminosa. Eso era lo que me llamó más la atención. Dejé el frío en la puerta y tomé posesión del calor de la sala, encontrándome de frente con la sonrisa de Jose, que charlaba con alguien, un hombre de aspecto juvenil que seguramente no lo era tanto, muy alto, delgado y de cabello rizado y algo canoso, vestido con camisa y vaqueros de color azul oscuro.
Sin soltar el vaso de plástico que sostenía en la mano, Jose me abrazó con fuerza, como siempre hacía y, cortésmente, me presentó a su contertulio.
-Te presento a Francis Arroyo, amigo mío de siempre y ahora también tuyo. Él es el organizador de esta exposición, y el fundador de Colectivo 0.
El amigo me estrechó la mano y, sin soltarla, me recorrió con una mirada ágil y descarada de arriba abajo, en un segundo. Sonrió un poco, apenas alzando la comisura de los labios, sin mover un solo músculo más de su rostro, y entonces inclinó la cabeza en un gesto que me pareció de otra época, a la par que encantador. “Otro caballero de allende el tiempo”, pensé. “Me gusta”.
-¿Quieres champán? –me preguntó Jose, a lo que por supuesto respondí que por supuesto. Me dio otro vaso de plástico, y lo llenó de champán, que era cava, y, además, semiseco. Llenó también el de Francis y brindamos los tres por el éxito de la muestra, momento que aproveché para preguntar al aire acerca de lo que estaba viendo.
-Colectivo 0 –empezó a responder enseguida Francis, sin dejar de escrutarme. - es un grupo artístico que formé hace muchos años con la intención de expandir el arte y egoístamente de abrirme camino en el mundillo. En él integré íntimos y desconocidos (sobre todo últimamente porque el grupo ha ido cambiando), pero siempre con calidad de obra. Ya sabes, si te rodea gente buena es que eres bueno.”
Hablaba despacio, pronunciando las palabras con un acusado acento cordobés, pero sin que en ningún momento me resultara difícil entenderle. Tenía una voz muy agradable, de tono medio, y al hablar era como si arrastrara las palabras, sujetándolas brevemente por el medio antes de soltarlas para terminar de decirlas. Y mientras lo hacía no se llevaba la mirada a ningún lado, sino que la tenía allí, clavada en mí, como si a la vez que hablaba estuviera analizando mi respuesta no verbal a lo que me decía...
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El texto anterior corresponde a un proyecto que confío llegue a buen puerto no muy tarde, una novela ambientada en Córdoba que cuenta las andanzas de un artista que más que pintar hace magia con los pinceles... y mucho más. Lo he insertado aquí porque, aunque la novela es fundamentalmente fantasía, ese párrafo en particular narra mi primer contacto real con Francis Arroyo, hace ya algunos años. Desde entonces, han sido ya varias las ocasiones en que he colaborado con mi amigo en las presentaciones de sus obras. Se trata de momentos muy gratos, en los que nos juntamos amigos que, a pesar de serlo, casi solamente nos vemos en estas ocasiones, principalmente por la distancia geográfica que nos separa. Aún así, o por eso, cuando nos vemos aprovechamos las horas y nos las comemos con auténtica gula.
Pensaba ahora contarles quién es el artista cordobés Francis Arroyo Ceballos, y a qué se dedica, pero después de ese pensamiento me ha llegado otro que es el que se ha quedado, y que me ha sugerido que lo mejor es que transcriba el texto que escribí y leí, y que sirvió de presentación a la muestra de su obra “Ambientes”, recién inaugurada en el Ateneo de Madrid.


FRANCIS ARROYO: EL ARTISTA
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En diferentes ocasiones se me ha otorgado el placer y el honor de acompañar y presentar en público a Francis Arroyo, y hablar de sus cualidades, tanto artísticas como personales, lo cual debo admitir que siempre ha sido una tarea sencilla, porque he tenido mucho de donde escoger las palabras que he escrito acerca de él y de su obra en cada ocasión. Hoy vuelvo a sentirme afortunado, aquí, en este entorno espectacular que es el Ateneo de Madrid. Y agradecido.


Francis Arroyo no es un pintor, aunque lo sea, como ustedes pueden ver aquí hoy. Tampoco un escultor, que lo es, como también pueden comprobar. Ni un poeta, a pesar de la infinidad de poemas que pueden leer en sus muchos libros publicados. Ni un músico, de lo que me consta que también ejerce de vez en cuando aunque yo, hasta ahora, nunca le haya visto hacerlo.
Aunque se me ocurre que a lo mejor podríamos intentarlo más tarde…
Francis Arroyo “solamente” es un artista, creador y consumidor al mismo tiempo de belleza, a cuyo influjo nadie, ni él mismo (ni él en primer lugar) puede resistirse.

Como a los cantos de sirena.
Su obra es una muestra de la belleza que elabora, y flota siempre en el limbo en el que se mueve el espectador cuando intenta comprender el sentido que le ha querido dar el autor, y descubre de modo natural que es mucho más sencillo inventarse un sentido propio, y ofrecérselo generosamente a la obra que está contemplando, a través de su mirada.

Porque sucede que las obras de Francis Arroyo no tienen una intención, ni un significado concreto que se pueda descubrir, sino aquél que cada admirador pueda o quiera darle.
Igual que ocurre con la belleza, porque sus obras, como todos ustedes pueden comprobar aquí, son simplemente belleza.


Un día le pregunté a Francis Arroyo que por qué se había hecho artista. Recuerdo que fue un día que estuvo lleno de preguntas. Él, entre otras muchas respuestas a aquellas muchas preguntas, me dijo que no lo sabía.
Desde entonces, cuando nos vemos y hablamos con tiempo, a veces percibo que se pierde con mirada pensativa en algún lugar lejano en el que, quizá, él mismo busca la respuesta a aquella pregunta que le hice un día; y sé que la busca dentro, muy dentro de su alma, ese lugar escondido al que casi nadie ha llegado nunca.
Por mi parte, yo creo en el poder sanador, curativo y catártico del arte y de todas sus facetas, y es posible que éste sea un buen motivo que lleve a una persona a convertirse en artista. No lo sé, hasta ahora, mi amigo no ha contestado a mi pregunta, de modo que, a cambio, me he dedicado a observar la evolución de su arte, lugar donde, estoy seguro, se encuentra esa respuesta.


El escritor y filósofo alemán Hermann Hesse afirmó en una ocasión: “La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla.”
Y aunque me parece que debería ser el propio Francis quien nos dijera si a él le hace feliz la belleza que en sí mismo posee o si, en cambio, le hace más feliz crearla y contemplarla, creo que todos los aquí presentes podrán sentir en su interior la verdad de la afirmación de Hesse, mediante el sencillo acto de entrar en esta exposición, detenerse unos minutos en cada obra y navegar por ese mundo que el artista ha creado, hasta encontrar el significado personal que su capacidad de emocionarse, y su propio corazón, quiera darle a cada una de ellas.
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AMBIENTES: LA OBRA
Éste es un blog de cuentos, en el que, como quien lo sigue ya sabe de sobra, las palabras son las protagonistas y donde las imágenes más importantes son las que el lector se forma en su mente, al leerlas. Pero en esta ocasión me ha parecido necesario mostrar alguna imagen concreta, la de algunas de las obras expuestas que cualquiera que lo desee todavía puede ir a contemplar, disfrutar y, si es el día idóneo para ello, incluso adquirir.



EL PLACER DE LAS PRESENCIAS
Siempre me resulta difícil hablar de las personas, porque siempre es lo más importante, sea donde sea donde esté y sea lo que sea lo que esté haciendo. Corro el riesgo además de dejarme llevar por la inevitable brevedad de los encuentros, priorizando, por necesidad, la primera impresión por encima de la profundidad de la continuación. Pero no me importa, casi siempre tengo buen ojo para las buenas personas, y me gusta pensar que es por esa razón por la que me he encontrado con ellas justamente en ese momento.
Así, fueron las personas que acompañaron al artista y sus obras las que dotaron a la noche de la magia que solamente estas ocasiones pueden hacer descubrir. Desconocidas o ya conocidas, amigos o todavía no, las personas llenaron la sala y la noche con sus miradas, sus palabras, sus risas y, ante todo, con el regalo de su presencia.

EL DOLOR DE LAS AUSENCIAS
También, como siempre pasa, hubo alguna fundamental ausencia, que solamente una razón como la salud podrían justificar. Las hubo, poquitas, aunque no mencionaré cuáles, porque las que son de sobra lo saben y de sobra lo lamentan, tanto o más que lo lamentamos las presencias, al no verlos llegar.




MAR MÉNDEZ: LA REPRESENTANTE
La protagonista femenina de la velada, la arquitecta Mar Méndez, representante artística de Francis Arroyo y artífice de todo esto, sin cuyo trabajo y tenacidad la muestra no habría podido llegar a buen puerto. Mujer inquieta, nerviosa y ordenada, con un concepto del equilibrio y la belleza tan compatible con el de Francis que solamente me extraña que no se hayan encontrado antes. A ella se debe la organización de la exposición y (lo que para mí no es menos importante) la elección del vino que, para celebrarlo, se sirvió a los asistentes a la inauguración.


EL VINO: BODEGAS LOS CORZOS
Y como esto es un espacio para cuentos sobre la vida y el vino, vamos a hacerle sitio, después de a la vida, al vino.
Mar eligió un cosechero riojano, “de una tienda pequeñita al lado de mi casa”, me explicó al enseñármelo, demostrándome una vez más que en más ocasiones de las que debería ser aceptable, lo que hace una etiqueta (al contrario de lo que uno se espera) es restarle valor a lo que hay dentro de la botella.
De modo que allí mismo, rodeado de los asistentes que en aquel momento ya degustaban su copita de vino, tiré unas líneas a vuelapluma, como viene siendo mi costumbre. Improvisadas y sin mucho sentido, tal cual salieron en aquel momento, porque es el momento, ése precisamente, lo que hoy más me importa conservar:

-En el aire-
Muy intenso en nariz, como la sonrisa repentina que la dama te regala cuando gira el rostro y, sin esperarlo pero con deseo, te ve.
Afrutado al llegar la sonrisa a tus labios, aunque dejando la sensación amarga de quedar a medias cuando la sonrisa, espléndida y jugosa, se queda en el aire sin llegar a tu boca.
Picoso todavía, amaga con poner en tu lengua las cosquillas de las burbujas, pero no lo hace, como el beso al aire que lanzado no alcanza su destino.
Breve, como el placer de la caricia, que siempre pide más.
Y, a veces, con suerte, hay más.



AMBIENTES

ATENEO DE MADRID
La exposición estará en el Ateneo de Madrid (c/ Prado, 21) hasta el próximo día 28, en horario de mañana y tarde.



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