Exposición
de la obra artística de Francis Arroyo Ceballos, Ateneo
de Madrid
TODO
COMENZÓ AQUELLA NOCHE DE INVIERNO...
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Era
invierno en Madrid, enero, muy frío, cuando recibí un mensaje del
pintor José Carlos Ortiz:
“Inauguro
exposición Colectivo 0 mañana en Madrid. Toma nota de coordenadas:
Eka Art. Te espero.”
Conciso
como siempre, tan parco en palabras cuando no eran necesarias como
rumboso con ellas cuando se requería detalle. Parco, y directo. Como
hacía siempre que algo le importaba, no pedía, exigía su derecho
con todo el derecho que le otorgaba la amistad, porque a un amigo
nunca se le ruega.
Colectivo
0 era el nombre que se habían dado un grupo de amigos, artistas
variopintos, que de tanto en tanto hacían cosas juntos. Pintores,
escultores, actores, fotógrafos, poetas… En esta ocasión, se
trataba de una exposición de pintura, escultura y otras artes
plásticas, reunidas en la galería de otro de sus amigos, Vicente
Herrero Heca.
Al
día siguiente allí me presenté. Se trataba de una sala pequeñita,
acogedora y, ante todo, muy luminosa. Eso era lo que me llamó más
la atención. Dejé el frío en la puerta y tomé posesión del calor
de la sala, encontrándome de frente con la sonrisa de Jose, que
charlaba con alguien, un hombre de aspecto juvenil que seguramente no
lo era tanto, muy alto, delgado y de cabello rizado y algo canoso,
vestido con camisa y vaqueros de color azul oscuro.
Sin
soltar el vaso de plástico que sostenía en la mano, Jose me abrazó
con fuerza, como siempre hacía y, cortésmente, me presentó a su
contertulio.
-Te
presento a Francis Arroyo, amigo mío de siempre y ahora también
tuyo. Él es el organizador de esta exposición, y el fundador de
Colectivo 0.
El
amigo me estrechó la mano y, sin soltarla, me recorrió con una
mirada ágil y descarada de arriba abajo, en un segundo. Sonrió un
poco, apenas alzando la comisura de los labios, sin mover un solo
músculo más de su rostro, y entonces inclinó la cabeza en un gesto
que me pareció de otra época, a la par que encantador. “Otro
caballero de allende el tiempo”, pensé. “Me gusta”.
-¿Quieres
champán? –me preguntó Jose, a lo que por supuesto respondí que
por supuesto. Me dio otro vaso de plástico, y lo llenó de champán,
que era cava, y, además, semiseco. Llenó también el de Francis y
brindamos los tres por el éxito de la muestra, momento que aproveché
para preguntar al aire acerca de lo que estaba viendo.
-Colectivo
0 –empezó a responder enseguida Francis, sin dejar de escrutarme.
- es un grupo artístico que formé hace muchos años con la
intención de expandir el arte y egoístamente de abrirme camino en
el mundillo. En él integré íntimos y desconocidos (sobre todo
últimamente porque el grupo ha ido cambiando), pero
siempre
con calidad de obra. Ya sabes, si te rodea gente buena es que eres
bueno.”
Hablaba
despacio, pronunciando las palabras con un acusado acento cordobés,
pero sin que en ningún momento me resultara difícil entenderle.
Tenía una voz muy agradable, de tono medio, y al hablar era como si
arrastrara las palabras, sujetándolas brevemente por el medio antes
de soltarlas para terminar de decirlas. Y mientras lo hacía no se
llevaba la mirada a ningún lado, sino que la tenía allí, clavada
en mí, como si a la vez que hablaba estuviera analizando mi
respuesta no verbal a lo que me decía...
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El
texto anterior corresponde a un proyecto que confío llegue a buen
puerto no muy tarde, una
novela ambientada en Córdoba que cuenta las andanzas de un artista
que más que pintar hace magia con los pinceles... y mucho más.
Lo he insertado aquí porque, aunque
la novela es fundamentalmente fantasía,
ese párrafo en
particular narra
mi primer contacto real
con
Francis Arroyo, hace ya algunos
años. Desde
entonces, han sido ya varias las ocasiones en que he colaborado con
mi amigo en las presentaciones de sus obras. Se trata de momentos muy
gratos, en los que nos juntamos amigos que, a pesar de serlo, casi
solamente nos vemos en estas ocasiones, principalmente por la
distancia geográfica que nos separa. Aún así, o por eso, cuando
nos vemos aprovechamos las horas y nos las comemos con auténtica
gula.
Pensaba
ahora contarles quién es el artista cordobés Francis Arroyo
Ceballos, y a qué se dedica, pero después de ese pensamiento me
ha
llegado otro que es el que se ha quedado, y
que me ha sugerido que lo mejor es que transcriba el texto que
escribí y leí, y que sirvió de presentación a la muestra de su
obra “Ambientes”, recién inaugurada en el Ateneo de Madrid.
FRANCIS
ARROYO: EL ARTISTA
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En
diferentes ocasiones se me ha otorgado el placer y el honor de
acompañar y presentar en público a Francis Arroyo, y hablar de sus
cualidades, tanto artísticas como personales, lo cual debo admitir
que siempre ha sido una tarea sencilla, porque he tenido mucho de
donde escoger las palabras que he escrito acerca de él y de su obra
en cada ocasión. Hoy vuelvo a sentirme afortunado, aquí, en este
entorno espectacular que es el Ateneo de Madrid. Y agradecido.
Francis
Arroyo no es un pintor, aunque lo sea, como ustedes pueden ver aquí
hoy. Tampoco un escultor, que lo es, como también pueden comprobar.
Ni un poeta, a pesar de la infinidad de poemas que pueden leer en sus
muchos libros publicados. Ni un músico, de lo que me consta que
también ejerce de vez en cuando aunque yo, hasta ahora, nunca le
haya visto hacerlo.
Aunque
se me ocurre que a lo mejor podríamos intentarlo más tarde…
Francis
Arroyo “solamente” es un artista, creador y consumidor al mismo
tiempo de belleza, a cuyo influjo nadie, ni él mismo (ni él en
primer lugar) puede resistirse.
Como a los cantos de sirena.
Como a los cantos de sirena.
Su
obra es una muestra de la belleza que elabora, y flota siempre en el
limbo en el que se mueve el espectador cuando intenta comprender el
sentido que le ha querido dar el autor, y descubre de modo natural
que es mucho más sencillo inventarse un sentido propio, y
ofrecérselo generosamente a la obra que está contemplando, a través
de su mirada.
Porque sucede que las obras de Francis Arroyo no tienen una intención, ni un significado concreto que se pueda descubrir, sino aquél que cada admirador pueda o quiera darle.
Porque sucede que las obras de Francis Arroyo no tienen una intención, ni un significado concreto que se pueda descubrir, sino aquél que cada admirador pueda o quiera darle.
Igual
que ocurre con la belleza, porque sus obras, como todos ustedes
pueden comprobar aquí, son simplemente belleza.
Un
día le pregunté a Francis Arroyo que por qué se había hecho
artista. Recuerdo que fue un día que estuvo lleno de preguntas. Él,
entre otras muchas respuestas a aquellas muchas preguntas, me dijo
que no lo sabía.
Desde
entonces, cuando nos vemos y hablamos con tiempo, a veces percibo que
se pierde con mirada pensativa en algún lugar lejano en el que,
quizá, él mismo busca la respuesta a aquella pregunta que le hice
un día; y sé que la busca dentro, muy dentro de su alma, ese lugar
escondido al que casi nadie ha llegado nunca.
Por
mi parte, yo creo en el poder sanador, curativo y catártico del arte
y de todas sus facetas, y es posible que éste sea un buen motivo que
lleve a una persona a convertirse en artista. No lo sé, hasta ahora,
mi amigo no ha contestado a mi pregunta, de modo que, a cambio, me he
dedicado a observar la evolución de su arte, lugar donde, estoy
seguro, se encuentra esa respuesta.
El
escritor y filósofo alemán Hermann Hesse afirmó en una ocasión:
“La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede
amarla y adorarla.”
Y
aunque me parece que debería ser el propio Francis quien nos dijera
si a él le hace feliz la belleza que en sí mismo posee o si, en
cambio, le hace más feliz crearla y contemplarla, creo que todos los
aquí presentes podrán sentir en su interior la verdad de la
afirmación de Hesse, mediante el sencillo acto de entrar en esta
exposición, detenerse unos minutos en cada obra y navegar por ese
mundo que el artista ha creado, hasta encontrar el significado
personal que su capacidad de emocionarse, y su propio corazón,
quiera darle a cada una de ellas.
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AMBIENTES:
LA OBRA
Éste
es un blog de cuentos, en el que, como quien lo sigue ya sabe de
sobra, las palabras son las protagonistas y donde las imágenes más
importantes son las que el lector se forma en su mente, al leerlas.
Pero en esta ocasión me ha parecido necesario mostrar alguna imagen
concreta, la
de
algunas de las obras expuestas
que
cualquiera que lo desee todavía puede ir a contemplar, disfrutar y,
si es el día idóneo para ello, incluso adquirir.
EL
PLACER DE LAS PRESENCIAS
Siempre
me resulta difícil hablar de las personas, porque siempre es lo más
importante, sea donde sea donde esté y sea lo que sea lo que esté
haciendo. Corro el riesgo además de dejarme llevar por la inevitable
brevedad de los encuentros, priorizando, por necesidad, la primera
impresión por encima de la profundidad de la continuación. Pero no
me importa, casi siempre tengo buen ojo para las buenas personas, y
me gusta pensar que es por esa razón por la que me he encontrado con
ellas justamente en ese momento.
Así,
fueron las personas que acompañaron al artista y sus obras las que
dotaron a la noche de la magia que solamente estas ocasiones pueden
hacer descubrir. Desconocidas o ya conocidas, amigos o todavía no,
las personas llenaron la sala y la noche con sus miradas, sus
palabras, sus risas y, ante todo, con el regalo de su presencia.
También,
como siempre pasa, hubo alguna fundamental
ausencia,
que solamente una razón como la salud podrían justificar. Las hubo,
poquitas,
aunque no
mencionaré cuáles, porque las que son de sobra lo saben y de sobra
lo lamentan, tanto o más que lo lamentamos las presencias, al no
verlos llegar.
MAR MÉNDEZ: LA REPRESENTANTE
La protagonista femenina de la velada, la arquitecta Mar Méndez, representante artística de Francis Arroyo y artífice de todo esto, sin cuyo trabajo y tenacidad la muestra no habría podido llegar a buen puerto. Mujer inquieta, nerviosa y ordenada, con un concepto del equilibrio y la belleza tan compatible con el de Francis que solamente me extraña que no se hayan encontrado antes. A ella se debe la organización de la exposición y (lo que para mí no es menos importante) la elección del vino que, para celebrarlo, se sirvió a los asistentes a la inauguración.
EL VINO: BODEGAS LOS CORZOS
EL VINO: BODEGAS LOS CORZOS
Y
como esto es un espacio para cuentos sobre la vida y el vino, vamos a
hacerle sitio, después de a la vida, al vino.
Mar
eligió un cosechero riojano, “de una tienda pequeñita al lado de
mi casa”, me explicó al enseñármelo, demostrándome una vez más
que en más ocasiones de las que debería ser aceptable, lo que hace
una etiqueta (al contrario de lo que uno se espera) es restarle valor
a lo que hay dentro de la botella.
De
modo que allí mismo, rodeado de los asistentes que en aquel momento
ya degustaban su copita de vino, tiré unas líneas a vuelapluma,
como viene siendo mi costumbre. Improvisadas y sin mucho sentido, tal
cual salieron en aquel momento, porque es el momento, ése
precisamente, lo que hoy más me importa conservar:
-En
el aire-
Muy
intenso en nariz, como la sonrisa repentina que la dama te regala
cuando gira el rostro y, sin esperarlo pero con deseo, te ve.
Afrutado
al llegar la sonrisa a tus labios, aunque dejando la sensación
amarga de quedar a medias cuando la sonrisa, espléndida y jugosa, se
queda en el aire sin llegar a tu boca.
Picoso
todavía, amaga con poner en tu lengua las cosquillas de las
burbujas, pero no lo hace, como el beso al aire que lanzado no
alcanza su destino.
Breve,
como el placer de la caricia, que siempre pide más.
Y,
a veces, con suerte, hay más.
La
exposición estará en el Ateneo de Madrid (c/ Prado, 21) hasta el
próximo día 28, en horario de mañana y tarde.
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