Las cosas bonitas
Presentación Yalocatoyo de Bodegas Javier Sanz, con armonías
musicales de Miguel Dantart y culinarias del restaurante Los Galayos.
Madrid.
El universo no está hecho de átomos, sino de historias.
Muriel Rukeyser.
El hombre caminaba despacio, cansado y pesaroso, con toda la dignidad
de su traje gastado, de la corbata raída anudada con cuidado al cuello de una
camisa pasada, los zapatos abiertos en las puntas y agujereados en las suelas,
y todo, absolutamente todo, inmaculadamente limpio.
-¿Por qué me has contado ahora ese
cuento, el del hombre que se vestía con harapos muy limpios?
-Porque esa es, en mi opinión, la
esencia de la elegancia. Muchas veces se confunde elegancia con llevar puesta
una prenda cara, o con llevar algo estéticamente bonito, cuando no tiene nada
que ver. La elegancia la lleva por dentro la persona, y la exterioriza con cada
cosa que hace y deja de hacer, con lo que dice y con lo que calla, con el modo
en que se sienta o se levanta de una silla alta o de un sillón muy bajo. Una
persona es elegante, si lo es, vestida con cualquier cosa, o sin vestir. Por eso
te he contado ese cuento, que no es tal, sino una historia que me contó mi
padre una vez, acerca de un hombre que, hace muchos años, iba por las oficinas
bancarias de la zona centro de Madrid (mi padre trabajaba en una de ellas),
recogiendo de cada mostrador unos pocos formularios que guardaba en una viejísima
cartera de piel marrón, más deteriorada aún que su vestimenta. Nunca nadie le
llamó la atención, nunca habló con nadie ni nadie le dijo nada; todos le
conocían pero nadie sabía quién era, y nunca nadie supo lo que hacía con
aquellos papeles. Recuerdo también que me impresionó mucho cuando mi padre me
dijo que siempre llevaba una corbata de pajarita. Recuerdo las dos palabras con
las que mi padre definió a aquel hombre, tan roto y tan limpio: muy digno. Para mí, que tuve la suerte
de verle un día que fui a visitar a mi padre a su trabajo, aquel señor era un
hombre elegante.
-Una historia conmovedora… Pero no
me has respondido: ¿Por qué me la has contado ahora, cuando te he preguntado
por la presentación de vinos a la que te invitaron ayer?
-Pues porque con el vino, en
general, pasa lo mismo: un vino bien vestido no es necesariamente elegante. Y
date cuenta de que hoy no te estoy hablando de vinos buenos, o malos, sino de
su elegancia, o su carencia de ella, si fuera el caso.
-¿Con bien vestidos te refieres a
caros?
-Claro.
-¿Los de ayer eran vinos caros?
-Yo más bien diría que no eran
vinos baratos, aunque ya sabes que esto del precio de las cosas siempre depende
de lo que uno está dispuesto a pagar; o cómo decía aquél, de lo que alguien
considera que puede costar una emoción. Si hablo por mí, en función de los
vinos que he probado a lo largo de mi vida, no, no son vinos caros, pero si
tengo en cuenta el precio habitual de los vinos de su misma zona, pues sí, te
diría que son más caros que la mayoría de ellos.
-¿Rueda?
-Rueda, así es. Ya sabes que hay vinos
de Rueda desde poco más de un euro.
-Pero a ti no te gustaban los
vinos de Rueda… ¿Estos sí?
-A mí, en contra de lo que suele
decirse, me gustan los vinos de Rueda que no pueda reconocer como vinos de
Rueda.
-¿Y estos vinos eran así? ¿No los
reconociste?
-Eran así. Aunque no todos los
asistentes a la cata pensaban lo mismo. Normalmente se afirma que lo mejor que
se puede decir de un vino con una Denominación de Origen es que sea reconocido,
por sus características, como perteneciente a dicha Denominación de Origen. Y
eso puede ser así comúnmente, todo eso de la tipicidad, y el terruño, y los
orígenes, pero en el caso de Rueda, en mi humilde opinión, lo mejor que se
puede decir de un vino de Rueda es que no se parezca a los vinos de Rueda. Y esto
sucede por la política que se está aplicando en la DO, produciendo millones de
litros de vino de Rueda destinados al consumo rápido, fácil y barato de los
bares donde los clientes piden “un Rueda” dando una palmada sobre la barra. Y
no quiero decir que no los reconociera como vinos de Rueda, porque yo sabía que
iba a una cata de vinos de Rueda hechos con Verdejo, me refiero a que al
beberlos no me recordaban a la mayoría de los vinos de Rueda que conozco, y que
no me gustan. Hubo una excepción con uno de ellos, del que te hablaré después,
que sí me pareció que tenía las características típicas de Rueda, y que me
gustó, pero eso tiene una explicación. Luego te lo cuento. Ahora estábamos
hablando de la elegancia.
-¿Y qué es la elegancia para ti?
-Alguna vez te he dicho que es
armonía, con todo lo que ello significa. En las personas, es equilibrio entre
el cuerpo y la mente, y si lo afino un poco mucho más, yo creo que la elegancia
es un estado de ser, no de estar. Y es algo que nos hace sentir bien, tanto al
que la posee, como al que la contempla.
-¿Algo parecido a la belleza,
como dices en tus tarjetas de visita?
-Sí. Algo parecido, pero no
exactamente. Porque desde que elegí aquella frase de Herman Hesse, he cambiado
un poco de opinión.
-¿En qué sentido?
-Pues que en los últimos tiempos
he comprobado que contemplar la belleza no siempre me aporta felicidad.
-¿Por qué? La belleza siempre es
motivo de alegría.
-No siempre. A mí la belleza me
provoca en ocasiones una profunda tristeza.
-No te entiendo.
-Si veo un cuadro, su belleza me
alegra. Si oigo una composición musical, también. En esos casos se trata de
belleza que yo puedo disfrutar, mirando la pintura o escuchando la música... Y
también me siento bien llevando esta chaqueta estampada con ordenados cuadros
de armónicos colores. Pero en otros casos la belleza me pone triste por no
poder alcanzarla.
-¿Cómo tener delante una botella
de vino maravilloso, y no poderlo beber?
-Mucho más que eso... Más bien
sería como tener delante la belleza de la mujer amada, y no poderla besar.
-Es un ejemplo raro, el tuyo…
-Ya sabes que yo soy raro.
-Lo sé.
-Gracias. Sigo. Javier Sanz, el
viticultor y propietario de la bodega, nos dijo durante la presentación que esos
eran los vinos que hace años se hacían en los pueblos de Valladolid. Los vinos
que él había tomado en el suyo, La Seca, los que él recordaba y los que él,
cuando empezó a producir vino, quiso traer de vuelta del olvido.
-¿Y el que sí te recordaba a los
Rueda actuales?
-Ese fue el primero. Se llama,
simplemente, VERDEJO, añada
2015. Lo catamos en la planta alta del restaurante Los Galayos, mientras esperábamos a que llegase
todo el mundo y Ana Portela, responsable de comunicación de la bodega y
sumiller, y Álvaro Cerrada, organizador de la sesión a través de Yalocatoyo (su empresa de marketing
para el sector del vino), nos iban dando la bienvenida uno a uno, a la vez que
nos ofrecían las primeras copas. Un vino fresco, vivo, aún chispeante, que
traía aromas de pomelo, piña y otras frutas tropicales. Es amplio, en el
sentido de que tiene mucho sabor, aunque éste se disipa pronto en la boca, lo que
incita a seguir bebiéndolo. Luego lo volvimos a catar en la presentación, y fue
cuando Javier nos explicó que ése era el vino que hacían para poder pagar la
producción de todos los demás. Un vino muy correcto, que se vende muy bien, y
que, en sus palabras, “les da de comer”.
-Me decías antes que te gustó…
-Sí, porque aunque fuera el más
parecido a otros vinos más comerciales de la zona, no carecía de su peculiar
alma, la que le pone el viticultor, cuando se ocupa de que el producto sea algo
más que un producto más de los que se hacen en serie. Verdejo, viñedo de más de
45 años de edad, y un terreno de cantos rodados y subsuelo arcilloso que
aportan toques minerales al vino. Un clásico, que en las manos de Javier se
convierte en lo que deberían ser todos. ¿Quieres escuchar lo que escribí allí
mismo, mis impresiones a vuelapluma?
-Claro.
-Sabroso, amplio y denso, con un bello y terso cuerpo, intenso al
entrar, al quedarse y cuando no se quiere ir, sin prisa en su expresividad
dulce, ácida, suave y que a la vez empuja, con fuerza, como una caricia de
quién no controla su pasión por ti y que deja el punto, leve pero presente, de
amargor final.
-Como los mordiscos…
-¿Qué?
-Los mordiscos. Cuando una pareja
se besa y no pueden controlar su pasión y se muerden los labios hasta hacerse
sangre. De eso hablas, ¿no?, del amargor final de una caricia desenfrenada que
se acaba convirtiendo en un arañazo doloroso.
-La pasión siempre tiene su punto
doloroso, o amargo, como la arista final del sorbo tras el dulzor del vino.
-¿Y la música? Me contaste que
también iba a haber música.
-La hubo. Álvaro invitó a un
cantautor para que armonizara y amenizara la cata, acompañado de su guitarra.
Se trata Miguel Dantart, un joven pero veterano poeta que opina, como Muriel Rukeyser, que el universo
no está hecho de átomos, sino de historias. Yo también lo creo, así que desde
el principio me sentí muy bien en su compañía, aunque estuviéramos en extremos
opuestos de la larguísima mesa donde nos ubicaron. Por cierto, aunque en esta
ocasión no tuve apenas ocasión de hablar con Álvaro, te diré que le vi más
amable y cálido de lo que es siempre, más sonriente aún, si cabe. Pletórico,
exultante. Pero es que en los últimos meses ha vivido las tres cosas más
grandes que le pueden suceder a una persona: ha encontrado al amor de su vida,
se ha casado con ella y han tenido una hija. Decir que estaba feliz es decir
poco. Confío en que la próxima vez tengamos un poco más de tiempo. Bueno, como
te iba a contar: con el primer vino fue cuando escuchamos la primera canción,
en el salón subterráneo y con aire medieval del restaurante. Su título me
emocionó sólo con oírlo: “Las cosas bonitas”.
Que tu boca es la boca de fresa que besa la mía
Que tu piel es el tacto de luz que ilumina mis días
Que eres todas las cosas bonitas que llenan la vida
De luz y color
Eres todas las cosas
Las cosas bonitas
-Es muy bonita.
-Ya lo creo. Y tú ya conoces mi
debilidad por las cosas bonitas…
-La conozco, aunque no sé yo si
estoy de acuerdo con tu valoración de algunas de esas cosas bonitas a las que
te refieres…
-Sé que no lo estás. Pero también
sabes que yo no estoy de acuerdo con tu desacuerdo. Aparte de muchas otras
cosas bonitas que veo, la elegancia de la que hablábamos antes también es una
cosa bonita. Y eso, no me cansaré de mirarlo cada día.
-Te acabarás cansando.
-No lo creo. La elegancia es una
característica que, aún siendo siempre igual, cada vez se presenta de modo
diferente. Una sonrisa, o una mirada, pueden tener infinidad de matices. Y si,
como ocurre con esto del vino y sus armonías, juntas sonrisa y mirada… entonces
ya tengo algo diferente en cada ocasión que las veo. No, no me podría cansar de
disfrutar de la elegancia que puedo contemplar a diario.
-Ya… Veremos.
-La parte gastronómica fue un
tartar de salmón con tobiko de wasabi, de sabor intenso, muy marino. Me pareció
que se caían muy bien el uno al otro, teniendo en cuenta que, para mí, éste fue
el único vino que yo tomaría acompañado por comida.
-¿El único? ¿Quieres decir que
habrías preferido tomarlos solos?
-Bueno, los tomamos solos, porque
primero fue la cata del vino, solo, con la explicación y después los repetimos
con la comida. Pero sí, casi no tuve necesidad de comparar un modo (solos) y el
otro (acompañados), porque apenas di el primer trago del segundo vino, sentí
que no podía distraerme de su percepción comiendo algo que interfiriera con su
pureza. Pero eso son cosas mías, que soy un poco raro, como ya sabemos. Los
vinos están hechos para acompañar a la comida, y esa tarea deben hacerla bien.
Los vinos de Javier cumplen a la perfección, pero pensaba que, un día de cena
íntima, no querría ocuparme en comer cuando podría simplemente beber de la copa
mientras mirase y admirase esos ojos que me gusta mirar mirándome al otro lado
de la copa. Este segundo vino fue el V
MALCORTA, añada de 2015, producido con Malcorta, una variedad de Verdejo
casi extinguida que Javier ha rescatado del olvido. Su principal
característica, aparte de la dificultad de su vendimia (de ahí su nombre) es,
precisamente, la elegancia de sus aromas. Este vino (y los siguientes que
catamos) ya pertenece a la línea especial de vinos de la bodega (mientras que
el anterior es parte de la línea comercial). Lo han embotellado hace unos pocos
días, y lo que yo noté al principio fue que estaba algo cerrado, y que era muy
ligero en la nariz. Me pareció divertido, alegre, un vino ideal para comenzar
una sesión de intensidad creciente, como las primeras risas que estallan en una
cita que enseguida llegará a ser mucho más. Escucha lo que me sugirió:
-Explosión de sabores, de sensaciones, de ideas y pensamientos,
explosión de recuerdos de algo que aún no has vivido, que estás viviendo por
primera vez a la vez que lo conviertes en recuerdos que, después, perdurarán en
la memoria siempre. Alegre, cantarín y expresivo, juguetón sin engañar, porque
en cada sorbo, al respirar, se entrega y te lo da todo, sin amargura final, ni
un poco.
-A mí me gustan los vinos que no
muestran amargor al final. Ya sé que es algo normal, pero a mí me disgusta ese toque
final, me parece innecesario, me parece que estropea el efecto de dulzura de la
fruta…
-¿Y tú dices que de vino no
entiendes?
-Y es verdad: no entiendo.
-Permíteme que disienta. Bien, para
la armonía gastronómica nos ofrecieron brandada de bacalao, ese pescado que es
como si no lo fuera, en el que su peculiar textura (y lo que más me gusta a mí)
deja paso en su trituración a ese sabor tan ajeno al mar en el que la sal, y el
arreglo del cocinero, predominan. Me encantó. En cuanto a la musical, Miguel
cantó “Atlántida”, que es la canción
que da título a su último CD.
Era una ciudad
Azul
En medio del mar
Y tú
Eres tan feliz
En aquel jardín
Quién pudiera verte sonreír
Sobre tu ciudad
Sólo una vez más
-Me gustó especialmente porque es
una canción que, aún aparentando ser feliz, a mí me parece que guarda en el
fondo una oscura amargura, profunda como ese mar del que habla, igual que
alguno de esos vinos que a ti no te gustan. Y es que pocas cosas se echan de
menos tanto como una sonrisa, cuando quien sonreía se ha marchado… o ha dejado
de sonreír.
-Tú siempre ves más cosas de las
que se ven.
-Yo solo veo lo que miro.
-Pues todo lo demás está ahí
mismo, aunque tú no lo mires.
-Es posible, pero me da igual,
sólo me importa lo que puedo ver... Prosigamos. El siguiente vino del que te quiero hablar fue para
mí muy conmovedor, y no sé si alguien más lo vio del mismo modo que yo lo vi. Es
el V 1863, añada 2011. Y lo
fue porque la fecha del registro del viñedo es 1863, por eso se llama así, V 1863.
Y, como sabes, mi año de nacimiento es… Ese mismo, un siglo después. Es una
bobada, lo admito, pero pensar en que iba a tomar un vino de un viñedo de 100
años exactos más que yo, me emocionó mucho. Y luego el vino no me defraudó,
todo lo contrario. Vendimia manual, con selección en el mismo viñedo, que
proporciona un rendimiento muy reducido pero de una gran calidad, y una crianza
sobre lías durante varios meses, antes de embotellar. Escucha, por favor:
-Me saltan las lágrimas en el primer trago, puro sabor con algo
amielado que revolotea alrededor, espeso, largo, se asienta en la nariz cada
vez que respiras, susurra con dulzura cada vez que suspiras, se aferra a los
labios, se instala en el corazón y sabes que ya nunca, nunca, la olvidarás.
Aunque no esté.
-Estabas muy condicionado…
-Sin duda, pero yo a eso, ya lo
sabes, lo llamo anticipación, y es algo que pone los sentidos alerta,
haciéndolos mucho más sensible y, por tanto, disfrutando más de los estímulos. A
ti te gusta saber con tiempo lo bonito que vamos a hacer, porque lo disfrutas
todo ese tiempo, y no sólo durante el tiempo que dura. Pues es lo mismo. Yo me
sentí muy pequeñito bebiéndolo, al pensar que sumaban más de 150 años entre los
dos, y percibiendo las reminiscencias ajerezadas de la edad al final, aunque
tan suaves que uno apenas se da cuenta, pero que a mí me estaban hablando de la
antigüedad de las raíces de este vino. Mientras daba sorbos, la palabra “SOLO”
me zumbaba en la cabeza. Si en el anterior ya tuve esa sensación de querer
aislarlo de la comida, en éste ya fue una auténtica misantropía gastronómica,
si es que se puede decir así. “Solo, solo, solo.” Un vino que se podría, pero
que no se debería, beber comiendo. Hay que beberlo solo, en compañía.
-Pero hay un error en tu texto.
-¿Tú crees? ¿Cuál?
-La.
-Sabía que me lo dirías. Pero no.
No hay ningún error. Vuelve a escucharlo:
-… se instala en el corazón y sabes que ya nunca, nunca, la olvidarás.
Aunque no esté…
-¿No lo hay?
-No.
-Si tú lo dices...
-Miguel interpretó una versión
acústica de una canción muy conocida, sólo con su guitarra, para acompañar a
este vino que no necesita palabras, igual que no necesita comida, para expresar
todo lo que lleva dentro. Fue un clásico, “Fragile”, de Sting. En este momento
sentí revolvérseme dentro una agitación, desencadenada por el perfume de las notas
de esta canción, tan lejana y tan aferrada a la soledad de la que, al
silenciarse, fui consciente. Luego, en la cena, una sopa castellana suave y
tibia, que fue muy cortés con el ímpetu, poco habitual, del vino.
-Conozco esa canción. Una y otra vez la lluvia dirá lo frágiles
que somos…
-Y así llegamos al último de
estos vinos, un dulce, V DULCE DE
INVIERNO, que sirvió de postre con una tabla de quesos con fruta roja y
frutos secos. Quesos azules, potentes y de sabores muy intensos. ¿Has probado
alguna vez un queso azul con un vino dulce, o con un cava al menos semidulce?
No, ya sé que no, una lástima esa aversión tuya al queso, pero no me rindo,
algún día me gustaría ofrecerte esta explosiva combinación, que sin alterar los
sabores de cada componente crean algo nuevo y diferente a ambos y que, en su interior,
conserva todas las características de vino y queso, como un hijo lleva en sí
todo lo que son sus padres. Verdejo y un 20 % de Gorda de Moldavia (una
variedad de Moscatel). Secado natural de la Verdejo en un desván. Vendimia
tardía de la Moscatel, en diciembre. Toda una elaboración artesanal a la
antigua usanza. Una delicia. Tomado solo,
el primer sorbo me trajo a la memoria algo que yo siempre asocio con mi padre,
el cascajo navideño:
Higos con nueces en la nariz, pasas, acidez que suaviza todo lo pastoso
del cascajo de Navidad, lo suaviza, lo aligera, y al beberlo piensas que todo
se está acabando, como la cena de Nochebuena, como el amor cuando se acaba,
como la vida cuando llega al final. Como esta cata. Como este rato de calma y
paz momentánea.
-¿Y la canción?
-Otra canción que, como me parece
que ocurre muchas veces con Miguel, habla de tristeza cuando parece estar
hablando de alegría: “En la palma de tu mano”.
Y en la calma de la noche
Me hago hueco entre tus dedos
Mi corazón tiritando
Al ritmo de tus latidos
Y, mi amor, ¿qué necesito?
Si tengo ya más que todo
-Me gusta: ¿Qué puede necesitar
quién ya lo tiene todo?
-No lo sé… ¿Deseo?
-Uf.
-En fin… Todo esto fue la sesión
de interpretación de la Verdejo por parte de Javier Sanz. En mi opinión, y no
me cansaré de repetirlo, una versión novedosa conseguida mediante la
recuperación de lo clásico; vinos plenos de sabor pero delicados, complejos,
duraderos y, en conjunto, elegantes, porque nada les sobra y nada les falta, y
todo lo que tienen está integrado en todo lo demás, sin destacar nada, logrando
así que todo destaque.
-¿Y se acabó la sesión aquí? ¿Sólo
tomasteis vinos blancos?
-No. Hay uno más que he dejado para
el final. También nos presentaron un tinto, antes del dulce. Y el tinto… ¡Qué
afortunado fui anoche al poder tomar una copa de ese tinto!
-¿Por? ¿Es que es muy caro?
-No precisamente. El V COLORADO en realidad no tiene
precio. Hay muy poco, se hicieron 200 botellas de la añada 2013, sólo 100
litros obtenidos de una variedad de uva casi extinguida, la Colorado, en los
Arribes del Duero. Pero ésa tampoco es la razón por la que me considero un
hombre con suerte (hablo en términos de vino, no te vayas a ofender).
-No me ofendo.
-Bien, porque en eso otro también
lo soy. Lo que pasa es que es un vino colorista. Y los vinos coloristas no
están al alcance de cualquiera.
-¿Colorista?
-Sí, como los pintores, que usan
el colorismo, la tendencia en la que se da un especial realce al color. Imagínate
una paleta de pintor con todos los colores ordenados. Y luego, un niño que con
sus manitas los empieza a mezclar todos, de modo aparentemente aleatorio, sin
parar de darlos vueltas hasta que al final obtiene algo armónico que surge del
caos, la impresión de algo bonito, expresivo, luminoso y… colorido. En
literatura también se usa la expresión, cuando el escritor usa recursos
estilísticos que suscitan impresiones e imágenes vivaces.
-¿Cómo tú?
-Bueno… Si tú lo dices…
-¿Por qué ese vino te parece
“colorista”?
-Pues porque crea impresiones de
los sentidos. Verás… A ver si me explico… Sí… Te pondré un ejemplo. ¿Conoces la
novela “El perfume”, de Patrick Suskind?
-Sí.
-Es una novela imposible de
olvidar. Es de las que sabes si la has leído o no, porque si dudas, o no
recuerdas… es que no lo has hecho.
-No sé yo si estoy de acuerdo con
eso… No creo que haya novelas que sepas si las has leído o no y otras que no.
Aunque quizá sea que yo tengo muy mala memoria…
-Pues no sé… A mí me lo parece, a
mí me ocurre que hay un puñado de ellas sobre las que tengo la certeza absoluta
de haberlas leído, y otras muchas que no... Pero a lo que iba: Aparte de ser
una novela que debería leer todo buen aficionado al vino, hay una película
basada en ella. ¿La has visto?
-Creo que no. Y, según tu teoría,
de haberla visto tendría la seguridad de ello.
-Seguro que no, entonces. Pues en
la película hay una escena que me servirá para que te hagas una idea de lo que sentí
con ese vino. No recuerdo cómo se describe en la novela, pero no importa,
porque lo que ahora quiero es hablar de la imagen visual, sin palabras, de la
escena de la película. En ella, el protagonista, Jean Baptiste Grenouille, visita
al famoso perfumista italiano Giuseppe Baldini, porque quiere que le instruya
en su arte. Para convencerle de sus cualidades, Jean Baptiste recrea en un
instante, mejorándolo según su propio criterio, el más famoso perfume de la
época, “Amor y Psique” (los personajes de la mitología griega), que él, dicho
sea de paso, considera un perfume mediocre. Cuando se lo da a oler al
perfumista, el espectador “ve” sus sensaciones a través de una serie de imágenes
surrealistas y música embelesadora. Baldini inspira, y cierra los ojos,
extasiado, mientras ve en su interior jardines floridos rodeándole, pájaros
cantando, el rumor del agua al fondo, la risa de una mujer, voces lejanas de
niños jugando, y él a punto de sufrir un shock de éxtasis y emoción. Y entonces
de repente aparece una mujer morena, joven, bellísima, con una sonrisa
cautivadora, que se acerca a él por detrás, hasta ponerse a su lado, se le
aproxima al rostro y, tras susurrarle al oído, “Te amo”, le besa muy, muy
dulcemente, en la mejilla. Esta visualización de la emoción que siente al oler
el perfume es a lo que me refiero, y es la sensación que yo tuve al aspirar su
aroma primero, y beber después, este vino de colores, perfumado y sutil como el
aire campestre, y profundamente emocionante.
- No sé yo si estoy de acuerdo
con eso...
-¿Con qué?
-Con que esa imagen que me
describes sea una representación de la impresión que recibe el perfumista al
oler el perfume creado por el protagonista.
-¿No? ¿Por qué?
-Porque cuando alguien huele un
perfume nuevo, el proceso es algo mucho más rápido, una sensación fugaz… y sin
esa emoción que me cuentas. El nuevo aroma te gusta o no, pero ello no
desencadena ninguna emoción, sólo la sensación de ser agradable o no. Esa
imagen de jardines, y voces de niños, y risas, y la imagen de la mujer que le
ama... Tiene que ser otra cosa. Tiene que ser...
-¡Un recuerdo!
-Eso es. Un recuerdo, de cuando
él era joven, algo muy lejano y muy intenso. Un recuerdo de su amor por
alguien. De su felicidad pasada.
-Es verdad, sólo puede ser eso,
solamente un recuerdo asociado a un aroma tiene el poder evocador de replicar
una emoción de ese calibre. Y sobre el vino, ahora que lo pienso… Sí que fue
que tenía algo mío, un matiz que fue lo que despertó mis recuerdos y, por ello,
tal vez, mi emoción. Escucha mis impresiones a vuelapluma, escritas con el vino
aún danzando por mi boca. Ahí está todo, todo lo que tú has intuido:
Floreado, lleno de cosas luminosas, intenso y perfumado, dulce, largo,
saltos de violetas, vino de colores, colores, colores y de fondo todo, duradero
sin cansar, da vueltas y vueltas mezclando la paleta de los colores con los
sabores más los aromas y un chorrito de emociones de esas cosas de las que está
lleno y que me llevan, o me traen, a momentos muy lejanos, cuando yo era un
niño y, todavía, comía caramelos.
-¿Ves? Ahí está todo: tus
recuerdos, y tu emoción. El proceso es muy simple, siempre es igual. La emoción
es algo asociado a un momento intensamente feliz y, por mucho que tú me digas
que sí puede serlo, beber un sorbo de vino, por sí solo, no es un momento
intensamente feliz. O lo unes a un momento feliz del presente, cuando lo estás
bebiendo, o a un momento feliz de tu pasado, que es lo que te ha ocurrido a ti.
-Tienes razón. Siempre tienes
razón. Contigo me pasa como le ocurrió a Danny Boodman T. D. Lemon Novecento, que
después de 32 años de vivir en al mar,
bajaría a tierra, para ver el mar. ¿Recuerdas la novela “Novecento”, de
Alessandro Baricco? El único modo de apreciar toda la grandeza del mar es
mirarlo desde fuera del mar, o sea, desde tierra. Y en este caso del vino, no
hay nada mejor para apreciar su magia que hablar contigo, que siempre lo miras
desde fuera de su mundo.
-Para el otro punto de vista ya
tenemos el tuyo, que estás bien dentro… ¿Y la tapa? ¿Y la música?
-Oreja rebozada con patata azul y
salsa alioli, de sabor fuerte, aunque lo que más me gustó fue su textura,
crujiente. Con el vino, pues… se respetaron mutuamente, que ya es bastante para
lo que podría haber sido. Cada uno fue por su lado, y al juntarlos no pasó nada
que me sorprendiera, así que, tras el primer bocado junto a un trago, acabé el
plato y la copa individualmente. Y así todo fue como debía ser. La canción fue
la más vinícola del repertorio de Miguel: “El viaje de la uva”.
Y yo, brindándole a la luna
Se van todas las penas y las dudas
No hay mal que no tenga una cura
Si va siguiendo el viaje de la uva
-Brindo por ella, entonces, con la copa que ahora levanto hacia mi boca.
-Por ella entonces.
-Por ella.
-¿Sabes? Durante la cena tuve la
fortuna de tener como compañero de mesa a Javier, con quien pude charlar desde
que acabó la presentación hasta que nos fuimos, con una copa de Colorado entre
las manos, aspirando su intrincado y dulce aroma hasta a copa vacía. Y ya sabes
que si un vino te toca el alma a copa vacía, es que es algo poco común. Javier
es un hombre de esos que hay pocos, con los que permanecerías horas conversando
(o más bien escuchando) sobre viñas, vino, cultura, arte, belleza o de lo que sea.
Recuerdo que hablamos del precio que podría ponerse a la joya de Colorado. En
la bodega dudaban entre si poner un precio muy alto, por su excepcionalidad,
pero Javier no estaba seguro de ello, no quería cobrar demasiado por su vino.
El caso es que, charlando, llegamos a la conclusión de que V Colorado es un
vino de los que no hay que luchar para que llegue al cliente, sino de los que
el cliente debe luchar para llegar al vino. Un vino que no habría que llevarlo hasta
el consumidor directamente, sino que el consumidor debería ir al lugar donde
esté el vino. Así que es posible que este vino no se venda en el mercado
(tiendas, vinotecas, grandes superficies, on-line…) sino que se ofrezca en los
mejores restaurantes del país para que el cliente vaya hasta allí, buscándolo.
Una armonía entre la extraordinaria cocina de estos lugares y la exclusividad
de este vino de colores. Ojalá tengamos la oportunidad de beber una botella de
este vino, juntos, algún día...
-No tienes más que proponértelo…
-No tengo prisa. Haré como los
vinos de Javier…
-¿Por qué?
-Porque las cosas bonitas no tienen
prisa por ser admiradas, así que ninguno de los vinos de Javier Sanz, ya en la
copa, tiene prisa por ser bebido.
Última nota
Después de mantener esta
conversación y una vez acabado de escribir el texto, por un capricho de ésos
que Oscar Wilde decía que duran un poco más que una pasión de toda la vida, busqué
en la novela “El perfume” la escena entre Grenouille y Baldini, y esto es lo
que encontré en ella:
La fragancia era tan maravillosamente buena que a Baldini se le
anegaron de repente los ojos en lágrimas. No necesitaba hacer ninguna prueba,
sólo colocarse delante del matraz y aspirar. El perfume era magnífico. En
comparación con "Amor y Psique" era una sinfonía comparada con el
rasgueo solitario de un violín. Y mucho más. Baldini cerró los ojos y evoco los
recuerdos más sublimes. Se vio a sí mismo de joven paseando por jardines
napolitanos al atardecer; se vio en los brazos de una mujer de cabellera negra
y vislumbró la silueta de un ramo de rosas en el alféizar de la ventana,
acariciado por el viento nocturno; oyó cantar a una bandada de pájaros y la música
lejana de una taberna de puerto; oyó un susurro muy cerca de su oído, oyó un
"Te amo" y sintió que los cabellos se le erizaban de placer, ¡ahora, ahora,
en este instante! Abrió los ojos y gimió de gozo.
Era cierto: sólo podía ser un
recuerdo…