lunes, 18 de noviembre de 2013

¡Lástima de hambre!
(y dos razones más)






XIV Salón de los mejores vinos de España, Guía Peñín 2014
Museo del Ferrocarril de Madrid. Estación de Delicias, Madrid 10/10/13



Introducción: El “marinerito”

“El "marinerito" era un aprendiz o ayudante que tenía mi padre cuando trabajaba en la Unión Electra Madrid. Le llamaban así porque había hecho la mili en La Marina. Yo tenía unos ocho años, así que mi hermana me decía que esperase al marinerito a la salida del trabajo y que le acompañara hasta el metro (que estaba bastante lejos), dándole la tabarra durante todo el camino pidiéndole una peseta. Pero no era una peseta lo que me daba, pues por aquel entonces era bastante dinerito para un niño tan pequeño, sino algunos céntimos que luego nos gastábamos en pipas.”


El Efecto Postguerra Civil Española

Siempre que me planteo asistir a una exposición enológica, en la que las bodegas presentan sus productos en mesas por las que los visitantes van pasando copa en ristre, esperando para conversar unos minutos con el responsable mientras catan los vinos de pie, me atenaza la angustia vital de tener que vivir una vez más lo que yo denomino Efecto Postguerra Civil Española.

Mis padres, que no vivieron la guerra, pero sí la postguerra (nacieron en el 37 y el 38, respectivamente) y mis abuelos, que vivieron ambas de pleno, pasaron hambre. Pero no hambre de no comer un día, o dos, o hambre de hacer una dieta de adelgazamiento para quitarse un montón de kilos acumulados por haber comido demasiado durante demasiado tiempo, sino hambre de pasar hambre, hambre de verdad, continua, interminable, día tras día, hambre sin esperanza de cambio. Hambre canina, feroz, desgarradora del ánimo, de las entrañas, del cuerpo entero y hasta del espíritu. Hambre atroz, imposible de aplacar, irresoluble. Hambre desesperada, hambre de llantos sin fuerza de hijos y hambre de lloros rabiosos de padres.

Hambre de verdad. O gazuza, como la llama mi padre.

Cuando era niño, mi padre, gran cuentacuentos y conversador incansable, me contaba historias espeluznantes del hambre que pasaron ellos, sin comprender (como niños que eran) y la que seguramente pasaron sus padres (como adultos) comprendiendo plenamente, pero sin decírselo a ellos. Y también, empleando a fondo todo el sentido del humor que tiene la fortuna de poseer, casi divertidas historias del modo en que él y sus dos hermanos mayores se las ventilaban para dar esquinazo, de vez en cuando, al hambre, con estrategias que yo, afortunadamente, no hubiera podido imaginar. Y no podía porque yo, a diferencia de mis padres, nunca he pasado hambre, ni un solo día de mis cincuenta años de vida. Por ello, tuve que dejar de ser niño para ser capaz de comprender el significado de una frase que ambos utilizaban a menudo, y que me espetaban con un gesto de rabia mal contenida cuando yo, de niño, no quería comer algo o me dejaba alguna traza de comida en el plato:

“¡Lástima de hambre!”

Todo lo vi claro con el tiempo, entendí lo que sufrieron y también sus esfuerzos para evitar que sus hijos lo sufrieran también, y entendí que, con todo lo que les costaba ganar el pan y lo que habían pasado ellos por no tenerlo, se enfadaran y me obligaran a comer hasta el último bocado, tanto si me gustaba como si no.

Desde entonces puedo decir que no hay alimento que no me guste, que rechace o que sea incapaz de comer. Por supuesto, tengo mis gustos y preferencias, y si puedo elegir, hay alguna cosa que descarto, pero no recuerdo nada que me haya negado a comer si tenía que hacerlo. Y desde entonces también, por los recuerdos del hambre que pasaron mis padres y los suyos, siempre que puedo intento evitar hacer cola para comer.

No me refiero a tener que esperar para comer (si estoy sentado en un restaurante, no hay ningún problema por esperar un tiempo razonable a que me atiendan y vayan llegando los platos), sino a hacer cola para que me den de comer, como tenían que hacer mis padres y los suyos; ellos, cartilla de racionamiento en mano, detrás de alguien con hambre, delante de alguien que quizá tenía más hambre aún; yo, con un hambre que no es hambre, que sólo se llama hambre porque ya han pasado varias horas desde la última vez que se sació. Y eso, visto desde mi posición más que privilegiada en una vida privilegiada en el mundo privilegiado en el que he tenido el privilegio de nacer y de vivir, me entristece profundamente.


Métodos de selección de catas

Como una extensión particular de lo mencionado anteriormente, siempre que asisto a una exposición enológica, intento evitar, en la medida de lo posible, hacer cola ante las mesas de las bodegas para que me den a probar sus vinos. Pero mis razones emocionales no son lo único que me impulsa a rehuir las colas; también está la cuestión de la optimización del tiempo, porque dado el poquísimo de que suelo disponer, tengo que aprovecharlo al máximo, y evitar perder demasiado esperando por un vino en particular.

El Salón de los mejores vinos de España, de la Guía Peñín, es un caso típico. Cada año reúne más de un centenar de bodegas y cientos de vinos para catar (162 y 400 este año, respectivamente) entre los cuales hay unas pocas decenas, o unidades, por las que una parte del total del público asistente (3200 personas en las diez horas que duró el evento) aguanta colas interminables, con su copa en la mano, para conseguir unas migajas (o más precisamente, unas gotitas) del mejor vino de la famosa bodega en cuestión, o de al que más puntos le han dado, o del más conocido o, mejor aún, del más caro.

Se dice que quien algo quiere algo le cuesta, y me dirán, seguramente, que si quiero probar un vino muy demandado (por su calidad, por su nombre o por su precio) tendré que aguantarme y esperar mi turno hasta que me toque la dosis correspondiente; y tendrá razón quien me lo diga, seguramente. Pero, para mí, beber un vino es lo que para mi padre era comer: una suerte, y como tal, a todos los valoro de la misma manera. De este modo, elijo los vinos que voy a catar según una escala que nada tiene que ver ni con su nombre, ni con su precio, ni con sus puntos, y que se resume en los siguientes tres métodos de selección:


1. La disponibilidad

El sistema más evidente y sencillo es pararme en las mesas donde menos personas haya catando o esperando para catar. El hecho de que una mesa tenga poco público es meramente circunstancial, ya que un momento antes u otro después la situación puede hallarse en el extremo opuesto, así que camino entre las mesas y me paro a golpe de vista, aprovechando ese momento preciso de disponibilidad.

Y como estamos en el Salón de los mejores vinos de España, sean poco conocidos o mucho, buenos o más buenos o buenísimos, todos los vinos que me voy a encontrar serán algo que merezca la pena conocer. O recordar, porque tampoco me importa si ya he probado alguno, pues cada año se presentan las nuevas añadas que, en muchos casos, implican vinos totalmente nuevos que poco o nada tienen que ver con los de la añada anterior; además, el vino siempre cambia de una ocasión a otra, evoluciona con el tiempo y es diferente según el momento en que se toma, con lo que todos serán, de algún modo, novedades a descubrir.

Aplicando este sistema, tuve ocasión de probar los siguientes vinos:



Bodega en Toro, y lo creí porque me lo dijo quien me ofreció su vino.

Aponte Reserva 2006

Un vino que yo no conocía y que me atrajo desde el primer instante. Fue la primera mirada que me cruce al llegar, las primeras palabras que intercambié, el primer vino que probé. Poderoso y elegante a un tiempo, es Toro porque lo pone en la etiqueta, un Toro de los que más me gustan, poseedor de una distinción exquisita que me hace pensar en francés, un Toro de los que me despistan con su mirada intensa.



Bodega española con enología de origen bordelés, lo cual se deja ver en la finura, concentración y elegancia, al mismo tiempo, de sus vinos.

María 2010, D.O. Ribera del Duero

Tenía muchas ganas de conocer a María. Desde que hace años oí hablar de ella, siempre deseé sentarme con ella y escuchar lo que me tuviera que contar, pero hasta ahora nunca habíamos coincidido, más porque sólo se elabora cuando la calidad de la añada, extraordinaria, lo permite. Aquí ocurrió el encuentro, y por fin me pudo hablar del origen de su familia, de la razón de llevar ese nombre, del porqué de ser profundo, concentrado, balsámico, chocolateado, táctil. Y resultó que sólo había un motivo, indiscutible, inmenso: por amor a una mujer.

Paydos 2010, D.O. Toro

Otra razón de amor: El nombre que su hijo Pedro eligió para este vino, compuesto por sus iniciales (PAY) y su número favorito (DOS). Muy afrutado y especiado, suave y ligero en la boca a pesar de sus muchos grados (15,5) y, como hijo de su madre, denso y lleno de matices balsámicos que incitan a inspirar profundamente al terminar el trago.



Producen una amplia gama de vinos, para todos los gustos y bolsillos. En este salón ofrecían los siguientes:


Viña Sastre Crianza 2010

Frutal, ligero, rico, muy fácil de beber, sin pensar en nada, sólo sintiendo que te acompaña, en silencio.

Viña Sastre Pago de Santa Cruz 2010

Producido con una partida de uvas del pago de Santa Cruz, es muy intenso en la nariz, potente, largo, cremoso, con un cuerpo amplio que exige beberlo despacio y a una temperatura más baja de lo que suele recomendarse para este tipo de tintos.




Los conocí hace unos pocos meses, pero ya de inmediato sus vinos pasaron a formar parte de mi reducida lista de fidelidad sin condiciones. Una bodega con una amplia variedad de productos y una importante producción (unas 500.000 botellas al año) pero que aplica a cada una de ellas la misma filosofía de calidad y excelencia.

Viña Pedrosa La Navilla 2010 (muestra de nueva añada)

Intenso al respirar, perfume limpio, envolvente como abrazos, lácteo, perdura en la boca como su recuerdo en la memoria.

Viña Pedrosa Reserva 2010 (muestra de nueva añada)

Leve en nariz, necesita tiempo para respirar. Concentrado, denso, frescura cítrica, algo amargoso al terminar, sin que ello distraiga de la contemplación de su elegancia.

Pérez Pascuas Gran reserva 2006

Aroma dulzón, en los labios lácteo y cremoso, equilibrado y complejo, un espíritu joven que se niega a envejecer.



2. La recomendación

Una incuestionable razón que me lleva hasta un vino es que alguien de confianza me lo recomiende. Cuando alguien que conozco me recomienda un vino, lo busco y lo pruebo. Por supuesto, si su nivel económico enológico (lo que puede o quiere gastarse en vino) es muy superior al mío, necesariamente debo declinar su propuesta, mal que me pese. (Tengo un amigo que siempre me recomienda probar, entre otros, Château Petrus, Lafite o Latour, ante lo cual no me queda otra que agradecerle la sugerencia, rogarle que me avise para acompañarle cuando los vaya a probar él o jugar a la lotería y esperar resultados.)

En este XIV Salón de los mejores vinos de España tuve la fortuna de contar con las propuestas (y lo que es mejor aún, la compañía) de alguien a quien aprecio y cuya opinión y experiencia admiro y respeto profundamente: Josu López, de Garnata, vino y maridaje.

No había hecho más que llegar y catar el primer vino, cuando noté una mano cálida en el hombro. Al volverme me encontré con el afable rostro barbudo de Josu quien, acompañado por su mujer, Olivia, había pasado la jornada en el Museo del Ferrocarril. Ya volvían a casa, pero al verme habían dado marcha atrás para saludarme. Tras charlar unos minutos y sin más dilación, comenzamos un pequeño recorrido que nos llevó a probar juntos los vinos que a él, hombre versado y de buen gusto, más le habían gustado.

Los vinos que Josu me recomendó, y que él tuvo a bien volver a catar conmigo, fueron los siguientes:



Bodega ya conocida y no por eso, o precisamente por eso, dejó de proporcionarme nuevas y gratas sensaciones.

Clos D’Agon blanco 2011

Viognier, Roussanne y Marsanne. Vino fresco, de cuerpo amplio y sabor ácido, a frutas tropicales, que perdura largamente en la boca. Un vino que se permite tanto acompañar una buena comida como ir solo por la vida.

Clos D’Agon tinto 2010

Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah y Monastrell. Concentrado, sabroso, explosivo, pide tomarlo solo, para que la comida no se sienta sobrecogida por tamaña potencia. Solo, pero acompañado, de poder ser.



Un clásico del Priorat, que conocía de nombre pero que nunca había tenido ocasión de probar. Unos minutos sumamente cálidos de la mano (ya cansada) de quién nos ofreció sus vinos de Cariñena y Garnacha.

Ferrer Bobet Vinyes Velles 2011

Con un cuerpo ligero sorprende la intensidad de su frescura y, al mismo tiempo, la suavidad que manifiesta, elegantemente, cuando se empieza a beber. Muy frutal, con apuntes minerales y especiados, redondo.

Ferrer Bobet Selecció Especial Vinyes Velles 2010

Suavidad, tersura, terciopelo hecho vino, delicadeza, elegancia, un paso ligero y, a la vez, pleno de un contenido que se eterniza…



Bodega establecida por Raúl Bobet en el Pirineo catalán, donde se producen vinos de viñas propias fermentados en lagares de piedra del siglo XII.

Thalarn 2011

Talarn es el nombre del pueblo donde se ubican los viñedos. Este tinto de Syrah es suave, lleno de violetas y fruta ácida, muy agradable y de trago fácil.

Quest 2011

Quest significa “mezcla”, y a ello se refiere por ser un coupage de diferentes variedades (Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Petit Verdot). Vino intenso y juvenil, herbal, largo, con una suavidad que invita a beber sin más.

Taleia 2012

Taleia significa “obsesión”, y hace referencia, en palabras de Josu, “a la obsesión del dueño de esta bodega por tener un blanco así como ése”. Sauvignon Blanc y Sémillon. Muy afrutado y fresco, persistente, redondeado con matices de vainilla, minerales y especiados.







De inmediato me llamó la atención la seriedad del hombre y la sonrisa de la mujer que atendían la mesa. Luego supe que eran Enrique y Elisa, y que ambos se habían embarcado en el proyecto de hacer un vino único, a una altitud atípica (600-750 metros) en una latitud extrema para la Garnacha, en una zona tan clásica como es Navarra. Y mientras Enrique me ofrecía información técnica del producto, Elisa compartía entre sonrisas las anécdotas, vicisitudes y emociones de su Proyecto de Vida en San Martín de Unx.

El Terroir 2010

De esos vinos en que uno se cree lo que dice la etiqueta porque no tendría sentido poner ahí una mentira, la confusión total del catador en una cata ciega. Pero es que probar este vino y ubicarlo en Navarra (que no sé dónde lo ubicaría yo, quizá en Burdeos) es algo que se hace muy difícil. Garnacha Negra de cepas viejas, es denso, profundo, oscuro, mineral, muy persistente, sedoso, especiado, elegante, con recuerdos a un cremoso café con leche (tostados y lácteos).

Josu me miraba, sonriendo, sabedor del desconcierto que yo estaba sintiendo por dentro, el mismo que seguramente había experimentado él un rato antes. “Y ahora, verás el otro.”

La Dama 2010

Lo mismo que El Terroir, pero más. Más intenso, más profundo, más complejo, más suave, más tranquilo, más largo, más emocionante… Como si fuera la misma persona en dos momentos diferentes de su esplendorosa madurez… No hicieron falta palabras entre Josu y yo para saber por qué me había llevado hasta allí, y lo que ello había supuesto para mí.







3. La personalización

Es toda una experiencia, emotiva y gratificante, catar unos vinos ofrecidos por quien los ha creado. Más cuando se trata de alguien conocido, más aún cuando se trata de un amigo. Por ello, siempre acudiré a ver a un amigo bodeguero que esté presente como expositor. No importa que ya conozca sus vinos, o que nos hayamos visto en una ocasión reciente, allí acudo para verle y probarlos una vez más junto a él.



Fue la última recomendación de Josu antes de despedirnos y, en este caso, doblemente agradable, pues, como digo, ya conocía de hace tiempo a Alfredo Arribas y su trabajo en el Portal del Priorat.

Apenas había luz cuando llegamos a su mesa. Ya cerca de las nueve, el día había caído y la luz artificial en el Museo del Ferrocarril era más que escasa, de modo que podríamos decir que la cata de los vinos del Portal del Priorat se llevó, si no a ciegas, sí a oscuras. Pero no importaba…

“Ya te empezaba a echar de menos. No sabía cuando vendrías…”


Alfredo posee diferentes Trossos (parcelas de terreno con viñedos) en los lindantes Montsant y Priorat, y sus vinos se ubican dentro de una de esas denominaciones en función de las decisiones que toma cada año para producir lo mejor que sus uvas pueden ofrecer en cada momento. Por ejemplo, el primer vino que me ofreció, un viejo conocido mío que siempre estuvo dentro de la D.O. Priorat, este año lo ha producido en la D.O. Montsant.

D.O. Montsant

Gotes del Montsant 2012

El más fresco y divertido desenfadado vino del Portal, lo que no significa que adolezca de la seriedad característica que poseen todos los vinos de Alfredo. Cariñena y Garnacha. Juvenil, divertido, muy fresco y noble como un niño, perfumado y floral, es un vino que armonizará con cualquier comida y con cualquier ocasión, ya sea una reunión de amigos, una cena romántica o una velada en soledad frente a la televisión.

 

Trossos Tros Negre 2009 y 2010

Fino, elegante Garnacha, discreto hasta que se desviste, una explosión inesperada de sutileza y armonía con todo lo que le rodea, incluido a quien miras mientras lo bebe, mientras lo bebes.

Trossos Tros Blanc 2010 y 2011

Un vino blanco glicérico y perfumado, de masaje, como un aceite de esos esenciales, para tocarse el cuerpo, con el que la relajación no es más que la excusa que permite pasar, nada relajados, a mayores. Maravilla absoluta de Garnacha Blanca.

D.O. Priorat

Tros de Clos 2011

Vino elaborado con Cariñena de un pequeño viñedo centenario plantado en 1911. Un vino fresco, profundamente mineral, lleno de insinuaciones de flores y suaves cítricos, delicado, sensual y elegante como un vestido de seda negra tirado en el suelo.

Negre de Negres 2010 y 2011

Garnacha, Cariñena, Syrah y Cabernet Franc. Enorme en la nariz, infinidad de matices especiados que se entremezclan, resultando en boca mucho más suave y tranquilo que al respirarlo. Un vino fresco y equilibrado, complejo, que pide alargar la conversación.

Somni 2010 y 2011

El vino que te habla sin tapujos cuando ya te has despedido, cuando te has marchado, cuando ya no lo tienes delante y lo que más te queda es su recuerdo imborrable, persistente, interminable. Lágrimas de Cariñena, Syrah y Garnacha.







Epílogo: El tren de Arganda

“A Madrid llegaba un tren procedente del Este, el tren de Arganda (porque venía o pasaba por este pueblo de Madrid) que viajaba muy despacio (le llamaban el "tren de Argada, que pita más que anda") en el que los estraperlistas traían ricos panes de harina blanca, los "chuscos", entre otros productos. Al llegar a la estación del Niño Jesús (o de O´Donnell) paraba para que le señalaran la vía por la que entrar, momento en que los estraperlistas tiraban por las ventanillas los sacos con el estraperlo a los compinches que les esperaban. Algunas veces les esperaban emboscados la Guardia Civil (que entonces no eran como los de ahora) y entonces empezaban las carreras, y cuando algún saco se rompía allí estábamos los chavales, también ocultos, para coger algún panecillo de los que se desparramaban al romperse el saco. También íbamos a coger melones y comer alguno in situ, a los campos que hoy ocupa el barrio de Moratalaz. Nunca en casa nos regañaban cuando llegábamos con algún "chusco" o algún melón, aunque sabían de donde procedían…”


4 comentarios:

  1. Pues el hambre era de todos. A mi me dejaban en la mesa sin levantarme hasta que no terminase la comida. Hasta llegué a ver mis hermanos pasar con la merienda (media barra de pan con aceite y azucar) mientras yo seguía delante del trozo bacalao con papas...y tampoco me gustaba la cebolla que ponia alrededor del plato.

    Muy bien esta narración.
    MV

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    1. Sí, el hambre fue de todos.
      Gracias por tus palabras, Anónimo.

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  2. Al final conseguirás que acabe aficionándome al vino, con estas historias que hacer rememorar la infancia de uno mismo.

    Estaba recordando las enseñanzas de mi madre al respecto del hambre, con unos métodos que hoy en día, hubiesen sido presunto delito.

    A mi no me gustaban las lentejas, así que mi madre me las ponía tres veces por semana (esto es acoso), de vez en cuando me daba un cachete para que no me durmiera con el plato en la mesa (esto es violencia infantil), si no lo quería para comer, lo tenía para cenar (esto es mala leche, y seguro que también está penado), y a veces me cerraba en la despensa, hasta que terminase el puñetero plato de lentejas (esto es secuestro infantil).

    En fin, la verdad es que hoy en día, cada vez que me como un plato de lentejas con gusto, me acuerdo mucho de las enseñanzas de mi madre, que consiguieron que dejara de ser un niño gilipollas, y me convirtiera en un hombre de provecho. ¡por cierto, tampoco me ha quedado ninguna secuela ni trauma al respecto!. Yo también como de todo.

    En fin, hoy ya no puedo agradecérselo, pero imagino, que al igual que un buen vino, siempre queda en el recuerdo.

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    1. Lo bueno de un buen recuerdo es que siempre se puede volver a él.
      Gracias, Juanjo.

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