Como el beso de una sirena
Jornada de la Excelencia francesa, embajada de Francia, Madrid.
-Por la noche mirarás las estrellas; mi casa es demasiado pequeña para
que yo pueda señalarte dónde se encuentra. Así es mejor; mi estrella será para
ti una cualquiera de ellas. Te gustará entonces mirar todas las estrellas.
Todas ellas serán tus amigas. Y además, te haré un regalo...
Y rió una vez más.
-¡Ah, muchachito, muchachito, cómo me gusta oír tu risa!
-Mi regalo será ése precisamente, será como el agua...
-¿Qué quieres decir?
-La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para los que viajan,
las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas. Para los
sabios las estrellas son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero
todas esas estrellas se callan. Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido...
-¿Qué quieres decir?
-Cuando por las noches mires al cielo, al pensar que en una de aquellas
estrellas estoy yo riendo, será para ti como si todas las estrellas riesen. ¡Tú
sólo tendrás estrellas que saben reír!
Y rió nuevamente.
-Cuando te hayas consolado (siempre se consuela uno) estarás contento
de haberme conocido. Serás mi amigo y tendrás ganas de reír conmigo. Algunas
veces abrirás tu ventana sólo por placer y tus amigos quedarán asombrados de
verte reír mirando al cielo. Tú les explicarás: "Las estrellas me hacen
reír siempre". Ellos te creerán loco. Y yo te habré jugado una mala
pasada...
Y se rió otra vez.
-Será como si en vez de estrellas, te hubiese dado multitud de
cascabelitos que saben reír...
La despedida. El
Principito.
Antoine de Sint-Exupéry
LA BOCA DE LA SIRENA
Tomé entre mis dedos la ostra,
recién abierta por el maestro abridor de ostras de Ostras Sorlut. La miré, me miró, mientras que al menos seis pares
de ojos nos miraban a nosotros dos.
Se me había ocurrido decir que
nunca jamás en la vida había probado una ostra, y que una vez, hace muchos
años, tuve una a pocos centímetros de mi boca, sin que finalmente llegara a
pasar de allí. De modo que la expectación a mi alrededor era considerable.
No lo pensé mucho más. Ya no
había marcha atrás, y cuando algo está decidido, es como si ya estuviera hecho,
y lo hecho, hecho está, aunque te arrepientas de ello, por lo que no tenía
sentido retrasar más el momento.
Abrí la boca y, tirando de la
ostra un poco con los dientes para acabar de despegarla de su concha, me la
metí en la boca de un sorbo.
-¡Muérdela! –oí a alguien ordenar
a mi izquierda.
Y yo, obediente y cada vez más
desconcertado, mordí.
Fueron unos momentos intensos,
quince o veinte segundos de sensaciones nuevas, desconocidas para mí,
sensaciones olfativas, gustativas y, sobre todo, táctiles.
-¿Te gusta? –me preguntó una voz
a mi derecha.
Tragué, mientras con el dedo índice
en alto rogaba paciencia.
-Es… –Intenté buscar una
expresión, al menos una sola palabra, que definiera lo que me había parecido esta
nueva primera vez en mi vida, a mi edad. Y la encontré, aunque, haciendo
memoria hoy, no consigo recordar si llegué a pronunciarla en voz alta, o no-: Es…
Como sería darle un beso profundo a una sirena de labios jugosos y lengua ávida,
con boca llena de fresca y salada saliva de agua de mar.
EMBAJADA FRANCESA
Este cuento francés comenzó unos
días antes, cuando recibí la invitación para asistir a la inminente Jornada de la Excelencia Francesa. Me
la enviaba M. Gilles Huss, responsable de la organización del acto (que tendría
lugar en los jardines de la embajada francesa en Madrid) y director de la
empresa Vinofilia, y estaba firmada
por los representantes de la excelencia francesa y por S.E. Yves Saint Geours,
Embajador de Francia en España. Y me la enviaba de parte de alguien a quien yo
conocía ya, desde hace tiempo, por haber coincidido con ella y haber departido
acerca del vino, la vida y todo lo demás, en otras presentaciones enoculturales:
Rose-Michelle Bensadon.
Sin lugar a dudas, se trataba de una
proposición que me resultaba imposible de rechazar.
Se trataba de una muestra de empresas
y productos franceses importados en Madrid por Vinofilia: quesos, patés, charcutería, caviar, ostras, chocolate, vino…
y el producto por el que se conoce a Francia en el mundo entero (y por el que
se conocería a este mundo si lo estuviesen catalogando los hipotéticos habitantes
de algún otro), ese producto que aún siendo vino, no lo es, porque es mucho más
que sólo vino: el vino lleno de estrellas, el champagne.
No podía rechazar la oferta, y no
la rechacé, confirmando de inmediato la asistencia.
En este punto, otro asunto que
tuve que considerar fue una discreta línea al final de la invitación que rezaba:
Dress code: chaqueta sin corbata.
Y es que el tema de la vestimenta
es algo a lo que no siempre se presta la adecuada atención, más allá de
asegurar aspectos básicos como circunstancia, armonía, limpieza o plancha,
ignorando, generalmente, algo tan fundamental como es el motivo.
Y el motivo puede ser no
solamente la razón por la que uno elige tal o cual camisa, chaqueta, corbata o
zapatos, sino también el estado de ánimo que lleva a ponerse una u otra cosa
encima. En mi caso, desde hace un tiempo dejo a mis propias emociones elegir las
prendas de vestir del día, de igual manera que tomo un vino, y no otro, según
me siento cuando llego a casa por la noche.
En este caso, obediente con el dress code y analizando cómo me sentía al
pensar en que iba a asistir a este acto en concreto, opté por vestir pantalón
chino de color crema, camisa blanca de cuello congregado con adornos azules,
americana azul noche de algodón y zapatos bicolor de entretiempo, beige y
marrón, con suela blanca. Un conjunto algo pintón
pero adecuado para pasar casi desapercibido en los jardines de la embajada de
Francia y cumplir con el requisito indicado en la invitación, sintiéndome
anímicamente, al mismo tiempo, como planta en su propio tiesto.
El catálogo de la muestra era bastante
extenso, aunque no excesivo:
El Atelier de las Flores (artistas florales, para la decoración de
eventos), Caviarworld con su Caviar Baïkal (elaborado en Francia con
esturiones rusos siberianos),
Los Quesos de l´Amelie,
Ostras Sorlut,
charcutería La Tasca de Artagnan y Saveurs de France,
chocolates Valrhona,
y los vinos y champagnes de Vinofilia, FAP Grand Cru y Sanger. Adicionalmente, se contó
con la presencia de los restaurantes franceses en Madrid Le Petit Prince, Petit Comité y By The Way.
En esta ocasión, y a causa del
poco tiempo que mis obligaciones laborales me dejaron libre en este mediodía de
luminoso casi otoño madrileño, no pude acercarme más que a una brevísima, pero
exquisita, selección. Por supuesto, podría haberme extendido menos en cada
parada que hice, y haber así podido conocer todos los productos exhibidos en
las decoradas carpas, pero no lo hice así. Y gran parte de la responsabilidad
de esta decisión (que de ninguna manera lamento ahora, porque creo firmemente
en la sabiduría popular cuando afirma que quien mucho abarca poco aprieta) fue
de M. Yves Sanvoisin y la Maison de
la que es Embajador en España, Champagne Sanger (“Herencia y
Porvenir de la Champagne”), que me
convencieron en pocas palabras y un solo sorbo, respectivamente, de que iba a
valer la pena detenerme en aquel primer lugar en el que recalé, nada más pisar
el césped, fresco y húmedo, de los jardines de la embajada.
Primero, la conversación con Yves Sanvoisin
Dado que la historia me la
contó directamente M. Sanvoisin, y que lo más que podría hacer yo ahora sería
intentar reproducir sus palabras del modo más ajustado posible, creo más
oportuno transcribir dicha historia directamente de la web de Champagne
Sanger en España, que será mucho más fiel al no depender de mi propia
memoria.
“Corre el año 1919. La francesa región de Champagne, devastada por la
phylloxera y la primera Guerra Mundial, debe reconstruir su patrimonio regional
y se pone manos a la obra. La solución más evidente es continuar con el cultivo
de la vid y para ello surge la necesidad de formar a las nuevas generaciones de
viticultores.
Invadidos por su gran espíritu emprendedor, el matrimonio de
comerciantes en Champagne, Louise Eugénie y Jules Arthur Puisard, que no tenían
hijos, donaron sus numerosos bienes (capital, edificios, bodegas, terrenos) con
una única condición: que fueran destinados a la apertura de una escuela en
Avize.
Una donación que en 1919 dio como resultado el nacimiento de la Escuela
de Viticultura de Avize, conforme a los deseos del matrimonio.
25 años más tarde, en 1952, 16 generosos viticultores formados por esta
escuela decidieron acarrear una parte de sus vendimias, con el fin de permitir
a los estudiantes y así a las futuras generaciones de viticultores, a aprender
la elaboración del Champagne. Así nace la Cooperativa
de los antiguos alumnos de la viticultura y con ella el Champagne SANGER.
Por eso, la voluntad de Champagne
Sanger es poner en valor esta singular identidad que le caracteriza y que
le permite afirmar que es el único champagne capaz de reunir tal riqueza de «savoir
faire», de patrimonio y diversidad del terruño.”
Mientras tanto, los champagnes
Hacía calor, aquel día, y a pesar
de la sombra de las inmensas sombrillas abiertas sobre nosotros, el sol y el dress code no daban tregua. Y qué mejor
manera de refrescarse y escuchar tan cautivadora historia que amarrado a la
cintura de una alta y estilizada copa de champagne,
llena de champagne Sanger.
O mejor, más de una:
Afrutadísimo, ácido de chicle de
fresa ácida, refrescante, muy sabroso, lleno de chispitas y caricias y risas y
gritos de placer al oído, y muy, muy largo, como el recuerdo de algo que no
deja de vivirse cada día.
Terroir Natal. Brut Blanc de Blancs Grand Cru (Chardonnay)
El blanco joven es jovial y
divertido como el rosé, pero algo más seco y denso, permaneciendo en la boca minutos
y minutos, aguantando, esperando
impaciente la llegada del siguiente sorbo que le vaya a relevar.
Prestige Ultime. Brut Millésimé 2008 Grand Cru (Chardonnay)
El tercero es la evolución del
anterior, mostrando en cada trago un dilatado sabor final a mantequilla, bollos
y pan. Una delicia para tomarlo al abrir los ojos en la cama, seguir con ello
al desperezarse, y seguir y seguir durante todo el día, hasta la noche, cuando
llegue la hora de tomar más.
Después, champagne y caviar
Una vez alguien me sugirió tomar
caviar con vodka, aunque son tan pocas las ocasiones que he tenido en mi vida
de tomar caviar (la penúltima fue hace ya unos pocos años, y lo que había como
acompañamiento era champagne) nunca
he tenido ocasión de seguir la sugerencia.
Así que no sé qué tal iría el
caviar con vodka, pero sí que sé que con champagne Sanger, el caviar Baïkal se llevó muy bien, en una armonía total en la que el punto
salado del caviar se fusionó con el dulzón de la crema añadida y el punto
tostado de la tostadita que lo sostenía.
Más tarde, Vinofilia
Después de una amistosa conversación
con Rose-Michelle (de la que me gustaría destacar -por si alguien no lo sabe-
que su madre, Chinita Rivero, fue una famosa cantante de ritmos calentitos (bolero, cha-cha-cha, calipso…) y
vida fascinante, allá por los años 50) nos acercamos a la carpa de Vinofilia, donde caté su vino blanco:
Côtes de Provence Secrète
blanc 2015 (Rolle)
Una variedad que no conocía, la Rolle,
que da lugar a un vino ligero, breve, fresco e intenso mientras dura, seco, y
con un matiz a algo desconocido, exclusivo, que no había percibido nunca en
ningún vino, y que mientras no vuelva a probarlo, con más tiempo, sólo puedo
describir como un sabor que me recordaba a flores blancas y especias, y que
provenía de arriba del paladar, cayendo hacia abajo en la boca.
A propósito, una sugerencia: no dejen de escuchar las canciones de Chinita Rivero. No he dejado de hacerlo mientras escribía este texto, y les aseguro que disfrutarán si permiten que su voz vibrante y grave y profundamente exótica (en particular en las canciones en francés) les acompañe.
Luego, Ostras Sorlut, la primera vez
Además de la Rolle y mi visita a
la embajada francesa (y a cualquier otra embajada), la sesión tuvo otra primera
vez que me vuelve a hacer recapacitar acerca de lo sorprendente que es esta
vida en la que nunca se sabe lo que va a pasar y que, superados ya los diez
lustros, aún me concede ocasiones de vivir primeras veces.
En esta ocasión, la primera vez fue
comer una ostra por primera vez.
De la ostra (probable cuna de una
de las joyas más deseadas de la naturaleza) se han dicho muchas cosas: que es
un manjar único, de sabor y textura inigualable, que es plato de reyes, que cuánta
hambre debía de tener el primer hombre que se comió una ostra… Pero cualquier
cosa que se diga o se piense de ella no es nada comparado con el acto físico de
comerse una.
Como decía al principio, cuando
llegó el momento no sé si llegue a decir lo que pensaba, esa imagen que me vino
a la imaginación al metérmela en la boca, o si sólo fue que pensé en voz alta
con la boca aún llena de ostra, pero de lo que estoy seguro es de que jamás
olvidaré ese instante en el que sentí toda su gelatinosa textura rellena de
agua de mar, su sabor salado, fuerte, intensísimo, a mar y a todo lo que éste contiene
(mariscos, pescados, algas, sal…). Pero sobre todo, recordaré siempre su textura.
La textura de una ostra es algo incomparable, único, diferente a cualquier otra
creación comestible de la Naturaleza. Y quien no se haya comido nunca una ostra,
de ninguna manera podrá hacerse una idea de lo que quiero decir, hasta que lo
haga.
Casi para terminar, Le Petit
Prince
Justo al lado de las ostras estaba
El Principito,
adorado personaje de mi infancia y, diría, de toda mi vida. El Principito y su
zorro (suyo, porque lo domesticó, y con ello se entregaron mutuamente el uno al
otro). En mi humilde opinión, creo que nadie debería omitir la lectura de este
gigantesco pequeño libro, al menos una vez en su vida, por lo que ahora me
permito ofrecerles la lectura de un post anterior de La Vida es cuento, en el
que contaba mi personal historia con él, y algo más, mucho más importante:
Pero a lo que iba. En este caso, El Principito se trataba del
restaurante francés Le Petit Prince, adorable local, como el personaje que le
inspira, ubicado en pleno centro de Madrid, y que ofrece a sus visitantes
deliciosos platos franceses, como la quiche
(un tipo de tarta salada elaborada con huevos batidos y crema de leche fresca,
y rellena con verduras cortadas, y/o
productos cárnicos, y que es especialidad de la casa), los rilletes de pato (una especie de paté magro), el paté de aceitunas negras y la tarta tatin (de manzana caramelizada),
así como una extensa carta de vinos, incluidos diversos champagnes. Un lugar absolutamente recomendable.
Y como despedida, Sanger
Admito que el champagne esa multitud de cascabelitos que saben reír, es una de mis escasísimas
debilidades. Y, curiosamente (a lo mejor por eso), es el vino que menos bebo.
Como me pasa con el resto de mis escasísimas debilidades (seguramente sea por
eso), con las que me prodigo más bien poco.
A mí me gusta beber champagne sobre todo porque sí. A veces,
de vez en cuando, lo bebo por otras razones, resultando entonces, además de
placentero, emocionante. Pero esas ocasiones son escasas, como todo lo
extraordinariamente bueno.
El momento de beber champagne
es como ser engullido por una esfera de matices, sabores, aromas, sensaciones
táctiles y sonidos, que llegan a los sentidos en el mismo momento, desde todos
lados, como los
armónicos de la nota principal de un instrumento musical, pero sin ser nunca la
nota principal.
El champagne, por otro lado, es el único vino con el que no tiene
sentido pensar cómo armonizarlo. Es el único vino con el que siento que champagne y comida se separan, se
despegan para ser disfrutados cada uno por su lado, acompañándose como amigos
pero sin fundirse como amantes. Cada uno es
y punto. El champagne refresca,
limpia, anima, satisface o da que pensar, pero ante todo vive, se desarrolla, evoluciona
independientemente del complemento culinario, como una mujer en la madurez de
su vida que (a diferencia de un hombre) ya no necesita de un hombre para ser
feliz.
Habiendo vuelto, ya para terminar,
a la carpa de Champagne Sanger, estaba yo esperando a que el hombre que lo
servía en ese momento acabara de llenar la copa de alguien para solicitarle una
última copa del mágico rosé, como
despedida. Se trataba de Patrick Chène, francés, responsable de CaviarWorld (ubicado justo al lado de Sanger), que estaba echando una mano
sustituyendo a la señorita que se ocupaba de esa tarea, durante una ausencia
momentánea. En la botella apenas quedaba champagne,
lo justo para media copa, pero cuando me iba a servir, apareció repentinamente
alguien por mi flanco derecho, me adelantó por la derecha haciéndome un “sorpaso”
a la moda, y puso su copa, estirando el brazo, casi debajo de la boca de la
botella casi vacía. M. Chène la miró de hito en hito, me miró a mí, yo levanté
una ceja indulgente y entonces, elegantemente tranquilo, le sirvió las últimas
gotas de champagne rosé a ella.
Pero una historia de champagne no podía acabar así de bruscamente.
Mientras la dama en cuestión se
alejaba de la carpa con su cuarto de copa de champagne en la mano, llegó la señorita que se había ausentado, a
quien, aprovechándome de que ya me conocía de todas las copas anteriores que me
había ofrecido, le pedí la última. Ella, tras comprobar que la botella estaba
del todo vacía, abrió otra que extrajo de la champanera y, sonriente, me llenó
la copita con burbujitas frescas y nuevas, saltarinas y felices, de Tango Paradoxe Brut Rosé.
LA DESPEDIDA
-Será como si en vez
de estrellas, te hubiese dado multitud de cascabelitos que saben reír...
Una vez más dejó oír
su risa y luego se puso serio.
-Esta noche ¿sabes? no
vengas...
-No te dejaré.
-Pareceré enfermo...
Parecerá un poco que me muero... es así. ¡No vale la pena que vengas a ver
eso...!
-No te dejaré.
Pero estaba
preocupado.
-Te digo esto por la
serpiente; no debe morderte. Las serpientes son malas. A veces muerden por
gusto...
-He dicho que no te
dejaré.
Pero algo lo
tranquilizó.
-Bien es verdad que no
tienen veneno para la segunda mordedura...
Aquella noche no lo vi
ponerse en camino. Cuando le alcancé marchaba con paso rápido y decidido y me
dijo solamente:
-¡Ah, estás ahí!
Me cogió de la mano y
todavía se atormentó:
-Has hecho mal.
Tendrás pena. Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad.
Yo me callaba.
-¿Comprendes? Es
demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado.
Seguí callado.
-Será como una corteza
vieja que se abandona. No son nada tristes las viejas cortezas...
Yo me callaba. El
principito perdió un poco de ánimo. Pero hizo un esfuerzo y dijo:
-Será agradable
¿sabes? Yo miraré también las estrellas. Todas serán pozos con roldana
herrumbrosa. Todas las estrellas me darán de beber.
Yo me callaba.
-¡Será tan divertido!
Tú tendrás quinientos millones de cascabeles y yo quinientos millones de
fuentes...
El principito se calló
también; estaba llorando.
-Es allí; déjame ir
solo.
Se sentó porque tenía
miedo. Dijo aún:
-¿Sabes?... mi flor...
soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro
espinas para defenderse contra todo el mundo...
Me senté, ya no podía
mantenerme en pie.
-Ahí está... eso es
todo...
Vaciló todavía un
instante, luego se levantó y dio un paso. Yo no pude moverme.
Un relámpago amarillo
centelleó en su tobillo. Quedó un instante inmóvil, sin exhalar un grito. Luego
cayó lentamente como cae un árbol, sin hacer el menor ruido a causa de la
arena.