miércoles, 20 de febrero de 2013

Catando bajo la lluvia








Yalocatoyo – Cata-Encuentro bloggers + Grupo Berceo. Madrid 06/02/13

I'm tasting in the rain
Just tasting in the rain
What a glorious feeling
I'm happy again…




I.
La lluvia conmigo

Hace mucho frío en Madrid, un frío negro, crujiente, punzante, ácido.

La noche, como el viento que sopla, es fría. Un policía nacional deambula sin salirse del círculo de luz amarillenta de una farola, más para desentumecerse escondido en su verdugo gris que para vigilar un lugar que, en esta noche tan fría, poco necesita ser vigilado. Levanto el cuello de mi abrigo, me arrebujo dentro, escondo mis manos en los bolsillos, pero poca utilidad tienen ahora los gestos frente a este viento y este frío. Noto mi rostro helado, los ojos llorosos, los labios secos, mientras camino a buen paso atravesando el centro desamparado de la plaza de Las Cortes.

Está oscuro, y su figura estilizada se recorta de pronto, encogida, contra las nubes blancas, casi a ras de tierra. Comienzo a sentir la lluvia. Espera, ella me espera, quieta, paciente, con el pelo mojado y brillante cayendo sobre su rostro fruncido. Me ve y en cuanto me ve no espera a que llegue a su altura. Esperar no es algo para lo que ella está hecha, da unos pasos y se deja caer frente a mí. Un abrazo que todo lo abarca es su recibimiento, y no hace falta más para comenzar a sentir su esencia penetrando mi ropa, mi piel y mi cuerpo. Me rodea, me aprieta y se resiste a liberar el lazo que es su cuerpo convertido en ese abrazo que es ella, ella entera.

Casi corremos, zancadas largas de largas piernas que se van comiendo la calle estrecha, aún poblada por viandantes que se apuran sorprendidos por los elementos, frío, viento, agua, buscando un destino, un refugio, o simplemente escapando de allí como si algo invisible les persiguiera. Ha sido una broma de la meteorología, un instante antes nada hacía pensar que llovería, el paraguas se ha quedado en el coche, abajo en el aparcamiento, al entrar no llovía, al salir de él, tampoco, ella apareció justo unos minutos después, cuando ya me daba igual volver que seguir adelante. Y el aire, frío del norte, que de cualquier forma habría hecho imposible llevar el paraguas enderezado frente a la ventolera que acompaña al agua. Con todo, no siento la necesidad de defenderme de la lluvia, no de ella.

Unos minutos más y llegamos a Vadebaco, mi destino hoy, mi refugio en esta noche helada, lluviosa, esta noche que será para mí noche de primeras veces y de vino, catando bajo la lluvia que chasquea contra los vidrios borrosos de las ventanas. Entro, y ella se queda fuera mirando curiosa a través los cristales, pero también una parte suya entra conmigo al interior, porque ella está en mi rostro tenso, en mis manos frías, enredada entre mi ropa, en mis recuerdos.

Hay ya muchas personas dentro, los veo en un grupo afanarse con copas, sacacorchos y botellas, charlando, olfateando y bebiendo, preparando alegremente lo que, en un rato, será lo que me ocupe el tiempo en esta noche que ya empieza. Hay amigos entre ellas, amigos cálidos que nos reciben cálidamente, con abrazos y sonrisas. Hay mucho calor ahí dentro, sobra el abrigo, el destemple se va, huyendo. Miro mis manos aún mojadas con mirada de proposición, ella asiente con un gesto de premura, no hay mucho tiempo y lo sabemos, y quedándonos a un lado del resto, por ahora, lluvia y yo, pido vino, blanco, al camarero establecido tras la barra. Vino fresco, ácido, pleno de fruta que limpia y envina la boca algo seca de ansiedad de besos. El murmullo que crece alrededor no me distrae de esa copa modesta que será más recordada por lo que hay fuera de ella que por lo que alberga dentro, copa de vino mojada de lluvia entre sus manos, y otra, o la misma a veces, entre las mías.

Cuando termina el momento blanco la barra se vacía de copas de vino ya bebido y la sala, un poco más allá, me recibe llena de copas de vino por beber. Luz muy leve, estancia acogedora, conversaciones moderadas que no me distraen de mis pensamientos. Una larga mesa, como la de una celebración, para los invitados; otra pequeña para los organizadores y una más, mediana, para los allegados de la bodega. Álvaro Cerrada, director de Yalocatoyo, ronda por todos lados, pendiente de cada detalle y de cada mirada que cualquiera le podamos dirigir, haciendo de maestro de ceremonias y preparándonos para cada uno de los acontecimientos, primeras veces para muchos, que están a punto de suceder.


II.
Los vinos ya olvidados

España no es Francia, no lo es en nada y tampoco en asuntos de vino. GrupoBerceo, la bodega que nos ha invitado hoy, lleva desde 1872 haciendo vino, nada comparado con los ancianos Châteaux míticos bordeleses o borgoñeses, pero mucho con la infinidad de bodegas españolas que apenas llevan lustros ofreciendo su trabajo.

141 años separan al Primitivo Gurpegui fundador del Primitivo Gurpegui propietario que nos presenta su bodega y sus vinos. Orgulloso, con voz profunda y potente, se muestra feliz al confesar que su bodega no hace presentaciones, ni catas públicas fuera de su casa, pero que ahora se siente feliz de compartir sus vinos, una muestra de tres añadas que a él le gustan por razones varias, con los asistentes, escritores, periodistas, blogueros, allí expectantes y presentes.

Nos cuenta historias, y de pronto siento un escalofrío al escucharle hablar del futuro monumento al diablo personal que para el vino fue la filoxera, y recuerdo mi fascinación por la estatua que en el Retiro madrileño mis abuelos me llevaban a ver cuando era un niño, y a la que vuelvo cada vez que mis pasos me llevan hasta el parque, sea la estación del año que sea. ”Hay que tener amigos hasta en el infierno”, solía decir mi abuela mientras yo miraba al cielo, a su rostro, hasta que me dolía el cuello. “Tenemos un vino, Dominio de Berceo, prefiloxérico, aunque hoy no lo cataremos”, nos dice, y yo siento otra vez esa sensación de estar a punto de alcanzar algo mágico que se evade apenas lo rozas con las yemas de los dedos. Pero intento no pensar en ello, y espero a que Manuel Gómez, el actual director de la bodega, tome el testigo y concluya algo después su explicación sobre los vinos que van a pasar por nuestras copas, para empezar a dejarme llevar por las sensaciones compartidas.

Víctor Díaz, sumiller de Vadebaco, realiza el degüelle de las botellas del vino más antiguo de la sesión. Tenazas al rojo primero, agua fría después hasta hacer saltar el cuello. Una primera vez para mí que es un suma y sigue en mi vida, antes de enfrentarme a la primera vez que voy a conversar con vinos tan viejos. O mejor dicho, a escuchar lo que me quieran decir, pues yo, frente a vinos que juntos suman más años de los que yo llevo en este mundo, nada tengo que decirles que les pueda interesar. Me siento sobrecogido porque cada uno, a su modo y con el temple de voz que le quede en la garganta, me va a contar aquello que aún sea capaz de recordar.

Nos sirven los tres vinos y nos dejan solos con ellos, en silencio. No estoy en una cata dirigida al uso, aquí todo va a suceder entre los vinos y yo.

Lo que percibo en el silencio respetuoso del ambiente es la emoción de estar ante algo antiguo, la atracción irresistible que tienen esas cosas cuya utilidad ya es discutible, pero que su simple edad las convierte en algo valioso, más preciado que cualquier novedad que pueda caer en nuestras manos. Una antigüedad lleva consigo lo que es, lo que ha sido, y todo lo que ha visto pasar con el transcurso del tiempo. Algo antiguo es el momento en que no lo era, todos los acontecimientos sucedidos y todos los ojos que se han posado sobre ella, alguna vez.


Berceo Crianza 1985

Manuel Gómez dice de él: “Lo que tiene de bueno este vino es que no tiene defectos. Ya no tiene virtudes porque es muy viejo, pero no tiene defectos, y es lo que importa después de tanto tiempo.”

Es un vino muy viejo, es anciano. Y escuchar lo que un anciano tiene que decir es un acto siempre emocionante. El respeto se impone, la experiencia que ya no importa se hace cargo del momento, los ojos acuosos brillan y las palabras, más o menos temblorosas, envuelven con la ilusión de estar asistiendo a un viaje atrás en el tiempo. Oír hablar a un anciano es un ejercicio de humildad que deberíamos practicar frecuentemente. Te rejuvenece, te da vida, te enseña, te sobrecoge y te apabulla. Te hace sentir triste y alegre a un tiempo. Te maravilla y te sorprende siempre, aunque hable con voz muy baja, aunque hable con las fuerzas justas.

A mí, este Berceo del 85 que un día fue crianza me cuenta cosas personales en esta primera vez mía. Me habla de aquel tiempo en el que yo tenía el pelo negro y apenas había comenzado a vivir en el mundo, solo. Ahora tengo el pelo blanco y el cuerpo con algo menos de vitalidad la mayor parte del tiempo, pero como este vino, la base de lo que fui, de lo que soy, se guarda dentro de la copa que soy yo mismo. Su color es teja, su aroma alcohólico. Lo bebo con los ojos cerrados y percibo un golpe dulzón y licoroso, me asusta su primer contacto, juega unos segundos en la boca y de golpe se apaga, como si no tuviera fuerzas para continuar hablando, queda un fondo ácido, amortiguado, ya no guarda los matices brillantes de una percepción que es más impresión que sensación. Como un alimento deshidratado que mantiene la base de lo que fue, salado, dulce, ácido, amargo, pero que ha perdido aquello que se percibe con el olfato. Como una nota musical sin armónicos, que es poco más que el golpe del martillo sobre la cuerda única. Como un rostro momificado que aún conserva con claridad los rasgos esenciales de lo que fue un bello rostro, pero que ha perdido la definición y amplitud de las inflexiones que un día poseyó. Pienso que debió de ser un gran vino, pujante y alegre y pleno de vida, si ha conseguido llegar hasta hoy, casi treinta años después, sin una sola pega salvo las pérdidas impuestas por el despiadado transcurso del tiempo.


Berceo Reserva 1994

El vino es hoy un perfume suave, leve, muy ligero y sutil en la nariz, fue y aún sigue siendo complejo, equilibrado, con una agradable y fresca acidez final. Se extingue pronto, como una cerilla, y deja con una sensación de suspenso similar a la que dejaría una sinfonía a la que le faltara la nota final, el acorde último de resolución.


Berceo Crianza 2000

Uno de los años en que se iba a terminar el mundo casi termina con este vino antes de que siquiera pudiera desperezarse. Manuel nos lo revela, no se avergüenza de ello, casi, casi, diría que siente orgullo al hacernos notar que a pesar del Brett es un vino que impone su buen carácter: menta, hierba, balsámico, de justa acidez. Al poco rato la copa lo devuelve mejorado, lucha por sobrevivir, pelea con fiereza. Su coraje merece la oportunidad que le doy, y apuro el trago.


Berceo Crianza Selección 2009

El nuevo vino de Berceo asoma con la pujanza de un joven lleno de energía. Es un crianza, pero la madera apenas ha matizado el ardor frutal con que ha sido concebido. Muy aromático, frutal, especiado, fresco y agradable, muy fácil de beber te pide más y más, sin pensar en ello, sin plantear siquiera con qué se va a acompañar, ideal para la hostelería, donde agrada tanto decir que sí a una sugerencia culinaria, sin discutir y con anhelo de sorpresas.



III.
La lluvia, ella

Termina el momento de reencuentros con el pasado, momento de primeras veces y de recuerdos, y mientras otros continúan su compartir instantes, yo me despido y salgo de nuevo a la calle, lugar abierto donde ella me espera impaciente. Salta feliz al verme, salpica el suelo con sus pies descalzos y me empuja y me arrastra entre la lluvia, acompañado del halo de un perfume suave, húmedo, rociado sobre sus cabellos negros y eternamente mojados. Bailando bajo la lluvia, yo buscando refugio bajo los aleros de los edificios, ella buscando refugio bajo el agua cayente que forma, fluyendo, su delicado cuerpo acuoso. El frío, aunque hace frío, no penetra la piel que rezuma vino, y el calor de los dedos extendidos que se rozan al correr es más que suficiente para mantenerme cálido. Luego no hay “hasta luego”, después no habrá “hasta mañana” sino “hasta ahora”, sabor dulce de dulce vino en sus labios bañados de su agua de lluvia. El aire denso está empapado, como el suelo, como la piel de mi rostro que mira hacia delante, como mi cuerpo que ya no es mío. Entre mis dedos ateridos percibo su presencia, ángel de lluvia en la tierra que es voz y silencio a un tiempo, que me habla, me pregunta, mi ángel de lluvia con el pelo mojado que me escucha y me guía, que me acompaña, otra vez, por el camino de vuelta.


Because I am living
A life full of you…
Just tasting
Tasting in the rain.